El viejo y el nuevo PRI

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Cualquier gabinete de los gobiernos priistas pasados tiene una calidad superior, por la condición humana y el nivel profesional, que el actual.

Pasado muerto, porvenir helado.
Leon Battista Alberti.

Celebramos con algarabía nuestra transición hacia la democracia. Poco nos duró el gusto con el retorno del PRI al poder. Para aumentar nuestra pesadumbre, regresó diferente, sin las características que le permitieron al partido “hegemónico pragmático”, como lo denominó Sartori, gobernar durante 71 años. Percibo diez aspectos que no tiene el nuevo PRI:

  1. Ideología. Desde Gilberto Valenzuela, Puig Casauranc y Ezequiel Padilla al lado de Plutarco Elías Calles, hasta Ernesto Zedillo con Santiago Oñate, hubo sustento doctrinario. Cada sexenio tuvo figuras relevantes –imposible mencionarlas todas– que le daban una justificación teórica y legitimidad al discurso. De alguna manera, convencían a la opinión pública con argumentos y tesis.
  2. Una habilidad especial para seleccionar hombres. Cualquier gabinete de los gobiernos priistas pasados tiene una calidad superior, por la condición humana y el nivel profesional, que el actual.
  3. Oficio político, el cual les permitió negociar, sumar voluntades, generar consensos y aceptación en la ciudadanía.
  4. Una buena política de comunicación, estrechando nexos con los distintos grupos de intelectuales y con el mundo académico, así como con los principales medios de comunicación, explicando cada decisión política para procurar su aceptación.
  5. Existió la corrupción, desde luego, pero estaba acotada y eventualmente eran castigados quienes violaban la ley. Hoy, tal parece que ésta se aplica sólo en aquellos que han caído de la gracia presidencial y se absuelve sin ningún rubor a quienes los hechos señalan como saqueadores de las arcas gubernamentales.
  6. El gobierno inspiraba autoridad. No podemos hablar de un auténtico Estado de derecho, pero se tomaban decisiones y había voluntad para asumir riesgos.
  7. Sustentado en facultades constitucionales o metaconstitucionales, el gobierno federal atemperaba a los gobernadores en el ejercicio del mando. No eran los señores feudales de hoy que ejercen el poder en forma arbitraria, sin ningún recato y sin rendición de  cuentas.
  8. Los estudiosos de la cultura cívica clasificaban a México como un país en el que su ciudadanía percibía un ambiente de mejora paulatina en sus niveles de vida y, por lo tanto, tenía esperanzas, lo cual le daba estabilidad al Estado mexicano.
  9. Prevalecía un orden en la administración pública. Había seguimiento a los acuerdos de las diferentes áreas gubernamentales. A partir de Carlos Salinas se creó la Oficina de la Presidencia, un muro que aisló al Ejecutivo federal. Hoy, tal parece que cada dependencia tiene un rumbo diferente sin una coordinación general.
  10. Desde luego, con todo y que se percibía un deterioro, había un ambiente de seguridad.

En resumen, a pesar de los abusos del poder, de la falta de democracia y de la centralización en la toma de decisiones, hay razones que permiten explicar una permanencia tan prolongada. Muchas de esas características inclusive vienen desde el porfiriato, que en sus más de tres décadas conformó una manera de ejercer el poder y cuyas secuelas se prolongaron.

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Tal vez lo más grave hoy sea esa interrogante con la que concluye Jesús Reyes Heroles en uno de sus más memorables textos (“En busca de la razón de Estado”): “¿Es acaso posible realizar sin conocer?”. Éste es el más grande desafío del actual gobierno en su tremendo deterioro actual: indicarnos, de manera congruente, con un discurso verificable y creíble, qué nos espera en la segunda parte del sexenio. Discurso que debe ir acompañado de decisiones valientes que permitan generar un mínimo de esperanza.


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