El TLC, una ficha en suspenso

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Revuelto en la confusión en que se ha convertido el proceso electoral norteamericano y el impaciente compás de espera en que se ha convertido el de nuestro país, resurge como tema de interés la modificación o supresión del Tratado Norteamericano de Libre Comercio que desde 1994 nos une con los Estados Unidos y Canadá.

El asunto no es menor. Desde la firma del acuerdo en 1994, coincidente por cierto con la insurrección en Chiapas del Ejército Zapatista, los intercambios económicos del TLCAN han aumentado hasta llegar a más de 500 mil millones de dólares. Con una población suma de 470 millones y la suma del PNB de 17 mil millones de dólares. Hay, empero, serias dudas en Estados Unidos sobre la utilidad del TLCAN para su propio crecimiento y desarrollo. Los partidos Demócrata y Republicano ya anticipan su revisión. Por su parte, el gobierno mexicano ha sido recalcitrante defensor del TLCAN en su versión original. Toda sugerencia de modificación ha sido secamente rechazada tanto por grupos oficiales como empresariales mexicanos.

La defensa del TLCAN ha invocado el éxito que el TLCAN ha registrado en términos estadísticos expresando un convencido optimismo para su futuro.

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Los que no están tan seguros de que el acuerdo trilateral haya sido completamente benéfico, visto en su integridad, son los que insisten en que debiera abarcar con claridad el tema del libre tránsito de personas entre los tres países pero hay difíciles crisis políticas en materia de migración que empañan el panorama. El convenio México-Canadá de intercambio de trabajadores agrícolas que aporta 20 mil elementos anualmente a los campos norteamericanos es el modelo que aún no se extiende a Estados Unidos. Otro aspecto pendiente de atención son los ambientales. Los dos temas merecen mucho más atención que los actuales protocolos paralelos.

Por otra parte, el TLCAN no ha sido el esperado promotor de la industria propiamente nacional en México. Su resultado a la vista de todos es el aumento en las empresas de Estados Unidos en nuestro país. El ejemplo más claro está en la rama automotriz, donde la totalidad de las empresas armadoras son de capital extranjero. La creación de las cadenas de valor, un tema favorito actual, ha sido notoriamente lento debido al recelo norteamericano hacia los productos mexicanos reforzado ahora con una renovada política proteccionista.

Hay necesidad de ajustar las normas de origen del TLCAN para favorecer a la industria mexicana. Ofrecer más empleo a los cientos de miles de trabajadores mexicanos, ya capacitados, depende de este elemento fundamental. En 2016 estamos todavía muy por debajo de la necesidad de creación de un millón de empleos anuales.

Las inquietudes no sólo son nuestras. El TLCAN es tema harto discutido en México como también en los círculos empresariales y políticos norteamericanos.

En Estados Unidos no sólo el candidato Trump está en contra del TLCAN, por considerar que es una amenaza a los empleos. También el senador Sanders, del Partido Demócrata, es contrario al acuerdo.

Cualquier cambio en el TLCAN requeriría, empero, un exhaustivo debate legislativo, aun para cambios nimios de redacción. Nadie podría prever su resultado. Las fuerzas que insisten en la necesidad de cambios en la política de comercio e inversiones señalan la innegable dependencia de México que el TLCAN ha propiciado respecto a Estados Unidos. Revisar el TLCAN figura en las plataformas que se disputan la Presidencia del vecino país. El peso de este ingrediente de campaña es tal que aquí, en México, la canciller Claudia Ruiz Massieu ha dicho que nuestro gobierno está preparado para entrar en esa discusión, para “modernizar” el TLCAN. Esta modernización ya muy atrasada sería sobre reglas de origen y solución de controversias. Si en las campañas presidenciales estadunidenses insisten en defender sus empleos, nuestro gobierno y el grupo empresarial deben ser igualmente firmes en defender la producción de artículos mexicanos y con ello nuestro empleo. La subsistencia del TLC no es ciertamente el tema eje predominante de la futura política socioeconómica norteamericana, pero sí es un engrane importante dentro del vasto aparato institucional que ha definido el rumbo de nuestra industrialización que hoy en día trabaja a sólo 60% de su capacidad.

Para muchos analistas, el TLCAN es simple confirmación de nuestra colocación como el cabús del tren norteamericano. Del resultado electoral de nuestro vecino dependerá hacer que la dirección de ese tren vire en nuestro favor, ya sea más fácil o difícil. Pero nosotros no debemos dejar de insistir.


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