El mito de El Chapo

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Una vez más estamos ante un caso de corrupción e ineficiencia de proporciones mayúsculas.

Al paso de los días, la imperdonable fuga de Joaquín Guzmán Loera sigue dando mucho de qué hablar. En esta semana y media nos han bombardeado con múltiples –y en no pocas ocasiones contradictorias– explicaciones sobre la “asombrosa” forma en que se escapó, las visitas guiadas al famoso túnel, los vídeos que se reproducen una y otra vez describiendo los últimos momentos de El Chapo en la celda número 20, así como con las más diversas hipótesis que se han ido construyendo, algunas de las cuales podrían parecer inverosímiles pero a estas alturas ya todo es posible.

A ello hay que sumarle la discusión respecto al grado de responsabilidad de Osorio Chong, Monte Alejandro Rubido y Eugenio Imaz, así como a la pertinencia de que las tareas de seguridad permanezcan bajo el mando de la Secretaría de Gobernación o se regrese al esquema anterior como si con esto cambiaran las cosas. En lo que desde el principio hubo consenso, es que una vez más estamos ante un caso de corrupción e ineficiencia de proporciones mayúsculas.

Pero lo que llama la atención es que en tan breve lapso, quien ha sido señalado como una de las principales cabezas del crimen organizado a nivel internacional y por tanto responsable de hechos delictivos sumamente graves que trascienden la producción y tráfico de drogas, se convirtió en toda una personalidad que incluso, me atrevo a decir no sin preocupación, ha llegado a ser admirado por mucha gente.

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Y quizá lo peor sea que el propio gobierno federal ha contribuido en gran medida a ello, al exaltar la capacidad estratégica, operativa y técnica de Guzmán Loera en su afán de justificar que el modelo de seguridad penitenciaria funciona y que se cumplieron todos los protocolos por lo que no hubo negligencia u omisión de su parte.

En pocas palabras, pareciera que el mensaje es que la fuga no es sino producto de la genialidad del Chapo, aunque todavía hace poco tiempo aprovechaban cualquier oportunidad para acusar a las administraciones panistas por los mismos hechos que hoy los han dejado en ridículo, y que buscan compensar con la atinada decisión –hay que reconocerlo– de desaparecer el IIEPO.

Estoy convencido que algo debe andar mal en un país en el que un delincuente de estas dimensiones es celebrado prácticamente como un héroe por burlar a la autoridad, lo que amerita un estudio profundo para conocer las causas que lo originan pero entre las cuales seguramente encontraremos la crisis de legitimidad que viven las instituciones, la voracidad de la clase política así como la pobreza y desigualdad que caracterizan a nuestra sociedad y que se traducen en que el respeto a la autoridad va disminuyendo.

El mito que se ha construido en torno a El Chapo no es un asunto menor, pues lamentablemente representa un modelo a seguir para niños y jóvenes, es el ejemplo de que si es posible salir de la marginación, es también quien ha puesto en su lugar a los gobernantes haciéndolos pagar por todos sus excesos y mientras las condiciones del país no cambien, tampoco podremos esperar otra cosa.


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