El IPN: Paros o desarrollo

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México requiere claridad de visión en materia educativa para forjar capacidades técnicas.

Los problemas que actualmente mantienen en vilo a los maestros y estudiantes del Instituto Politécnico Nacional (IPN) expresan las brechas e inestabilidades educativas del país heredadas de muchos años atrás. Las inminentes violencias callejeras fueron suspendidas mediante el diálogo, una nueva forma gubernamental de tratar las quebrantadas relaciones en matera educativa.

El cambio de táctica no ocultará el que se ha agudizado un severo contraste entre la necesidad de contar con una fuerza laboral y profesional que impulse el desarrollo y, por contra, la incapacidad de las instituciones para satisfacerla.

El gran proyecto que, desde antes de la II Guerra Mundial, se ideó para hacer de México un exitoso y autosustentable dinamo agroindustrial requería de políticas de educación seguidas de adecuada capacitación técnica que nunca se integraron.

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La falta de ese ingrediente pronto frenó nuestro avance en un mundo cada vez más competitivo que para triunfar y superar niveles de vida exige alta eficiencia productiva en especialidades técnicas y cuadros profesionales.

En 1936 se fundó el Instituto Politécnico Nacional como la respuesta a la necesidad de vincular a la población, entonces primordialmente rural, con el proceso de industrialización de México. Órgano descentralizado de la Secretaría de Educación Pública, al IPN correspondió, conforme a su Ley Orgánica, “coadyuvar a la preparación técnica de los trabajadores para lograr su mejoramiento económico y social”. La institución nunca se ha apartado de su misión de formar el capital humano que el país requiere partiendo de su profundo arraigo popular.

Hoy día huestes estudiantiles, algunos profesores del IPN, repentinamente organizados, exigen en un pliego petitorio de diez puntos que incluyen, como punto medular, autonomía de la Secretaría de Educación. La de la UNAM parecería ser su modelo.

Los orígenes de la autonomía de la UNAM, empero, fueron bien distintos a las razones que esgrimen los politécnicos. Poco o nada tienen éstas que ver con la autonomía que en 1929 profesores y estudiantes universidad ganaron a pulso realizando con ella un hito en la larga marcha de México hacia la democracia.

La autonomía de la UNAM que se obtuvo en 1929 y consolidada en 1933 fue la reacción de la comunidad universitaria por entera, a la intención del gobierno de sujetar el plan de estudios de la institución a los lineamientos ideológicos oficiales.

Después de una intensa lucha, que incluyó huelgas de los docentes, se logró la Ley Orgánica de la Universidad del 22 julio del 1929 que independizó a la Universidad de la Secretaría de Educación sin perder el indispensable subsidio oficial.

El actual pliego de peticiones, presentado por las cabecillas del movimiento del IPN, la semana pasada, al secretario de Gobernación, nada tiene que ver con las profundas razones que justificaron las acciones del 1929 para la autonomía universitaria. En aquella ocasión se trató de una batalla de ideas contrapuestas sobre la libertad de cátedra cuya defensa se enfrentó al propósito del gobierno de imponer su peculiar ideología política al plan de estudios.

Independientemente de la valía de las ideas que esgrimieron eminencias jurídicas del momento en aquel intenso e histórico debate, lo que estaba de por medio era la independencia académica que el Estado quiso atropellar.

A final de cuentas, los propósitos del IPN creado nueve años después de la autonomía de la UNAM, comparados con los de ésta, no resultarían tan disímbolos. En ambas instituciones los planes de estudios han sido respetados en aras de crear una población capacitada para un desarrollo nacional. Las metas de hoy son las mismas. El apoyo económico del gobierno les es indispensable.

Sobran las marchas y los desplantes multitudinarios orquestados que sólo sirven a las fuerzas ajenas que las instigan. Lo que México requiere con urgencia es claridad de visión en materia educativa para forjar capacidades técnicas y profesionales. Necesitamos perseverancia en los propósitos no las perversas interrupciones que aún lastran la educación no sólo en el Politécnico Nacional sino en todos los demás lugares del país cuyo progreso sufre tan innecesario retraso.


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