El incorregible

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Aquí, sobra qué decir. Quizás todo está dicho, pero la pena que sentimos los mexicanos salta y se difunde más allá de la frontera. Donald Trump, el desmedido, deslenguado, mentiroso, vociferante y majadero personaje llegó a la Mansión Presidencial de Los Pinos con paso de vencedor. El candidato, cuestionado por su propio partido, fue recibido por el inexperto anfitrión que no medía ni circunstancias ni consecuencias de su noble propósito. Audaces fortuna iuvat.

La improvisada reunión no fue del todo inútil. Fue extraordinariamente provechosa para el neoyorquino que tiene por estrategia insultar y vejar a quien quiere someter. Vio en la invitación que días antes le había llegado, la coyuntura que la suerte le brindaba. Presuroso, la aprovechó. Cobraba un billete de lotería que no había comprado.

La desproporción entre un Presidente de una república consolidada y democrática y un candidato extranjero descontrolado, arbitrario e incorregible es evidente. Fue grotesco presentarlos al mismo nivel. Trump, que ya se sentía presidente, gozó de un iluso escenario cuyo protocolo los igualaba.

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En su intempestiva visita a México nada hizo Donald Trump para desdecirse de los insultos y calumnias que incesantemente lanza por toda la Unión Americana en su campaña electoral. Nosotros habíamos invitado a la víbora y le brindábamos casa, foro y prensa.

La historia universal está llena de errores. Aquí, padecimos las consecuencias de haber invitado a los españoles a Tenochtitlán en el siglo XVI; de haber invitado a los norteamericanos a Texas en el siglo XIX, la de darle micrófono a la CNTE en el siglo XXI. Sin comparar dimensiones, los errores son los mismos.

Los costos fueron altos: la capital azteca se perdió, Texas pasó a manos de traidores y el conflicto escolar se incendió. El buen corazón nada garantiza. El enemigo nunca lo tendrá. El resultado es desastroso, para quien no calcula, medita y sopesa.

Lo hecho, a pecho. Ahora hay que remediar daños. A menos de que la versión oficial invente que el haber invitado a Trump anteayer a Los Pinos fue todo un triunfo. Seguro que sí: no se precisó qué costo tendrá el famoso muro cuya construcción está decidida; consuela saber que de cualquier manera se pagará; que es un alivio enterarse de que no desaparece el TLCAN, sino sólo se ajustará; tomamos nota de que miles de más agentes de la migra cazarán criminales indocumentados; que la libertad constitucional de portar armas es para matar inmigrantes y que en las casetas de control fronterizo se harán pruebas para asegurar la confiabilidad ideológica a los que queramos entrar a Estados Unidos.

A su vez, en su conversación privada de 45 minutos con el facineroso visitante, el Presidente mexicano, obligado defensor, no tenía por qué ir más allá que dejar asentada la buena calidad de los nuestros que van a buscar trabajo o residen en el país vecino y que, sanos y dedicados, aportan muchísimo a la economía norteamericana. Tampoco tuvo que ir más allá que aludir al interminable flujo de armas y dinero que nos llega del norte, y con ello confirmar el mancomunado esfuerzo que combate a las mafias mexicanas. Nada tenía que decir de los reconocidos éxitos del inmigrante legal mexicano en la cultura, las ciencias, los deportes o los negocios. Nada tampoco de los miles de estudiantes mexicanos que prestigian las universidades norteamericanas.

La inconsulta carta que nuestro Presidente cursó el viernes pasado a los dos candidatos presidenciales norteamericanos no se meditó. Menos se reflexionó si, para aportar aclaraciones, era juicioso introducirse en una campaña electoral extranjera. No se acompañó de posibles agendas o fechas. Tampoco se esperó la respuesta de la señora Clinton.

Lo craso del error lo confirmamos al escuchar, la misma noche de la entrevista en Los Pinos, el vitriólico discurso que el cuestionado Trump dirigió a sus huestes en Phoenix. El aspirante a demagogo volvió a azuzar, con un desarticulado programa migratorio, el odio racial, reiterando su obsesión por levantar el estrambótico muro que, contrariando lo que aquí dejaba abierto, México habrá de pagar. Es incorregible. Aquí, la irreflexión siempre armará excusas. Allá, es de preocupar la sucia baba racista de malentendidos que como molusco marca en muchos sectores populares de su país. A la postre, empero, todo tiene arreglo, Trump perderá las elecciones y Peña Nieto se irá en el 18.


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