¿Dónde está la sociedad? ¿Dónde las feministas?

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Por: Diego Fernández de Cevallos

Muchos en el mundo reclaman sus derechos. En México, el escenario preferido es la capital, por su resonancia.

Los daños que causan en sus manifestaciones públicas son cuantiosos, sus métodos suelen ser discutibles, no su legitimidad. A veces se aderezan con chantajes (como los de algunos grupos magisteriales), pero generalmente responden a problemas irresueltos por incapacidad o cerrazón de gobernantes.

Tienen una característica: protestan los directamente afectados, aunque en ocasiones se suman, para hacer borlote y destrozos, los llamados “anarcos”.

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Los empresarios no toman calles ni plazas, protestan ante los medios de comunicación, y sus proclamas aparecen en desplegados con los nombres de “los abajo firmantes”.

En ambos casos la población suele permanecer expectante y comenta solo en tertulias.

Su silencio público parece decir: “si son ellos los afectados, que protesten ellos”.

Hay, sin embargo, dos situaciones en las que las comunidades se vuelven altamente participativas:

Una, ante desastres naturales como terremotos o inundaciones; ahí se expresa lo más profundo de la solidaridad humana y se dan escenas heroicas y conmovedoras. La otra, cuando la desgracia derrama mercancías, por ejemplo, en los accidentes carreteros.

Como hormigas —y en segundos— hombres, mujeres y niños limpian el lugar. Sale de entre las piedras una marabunta inhumana que despoja de todo al herido o difunto antes de que llegue la policía (o en su presencia); ¡vaya, se han difundido imágenes de policías llenando sus patrullas con mercancías que levantan del pavimento!

Esos son los dos Méxicos de siempre: el profundamente humano y el asquerosamente carroñero. Decir que el pueblo es “bueno y sabio, con grandes reservas morales y culturales” es describir una cara de la moneda y ocultar la otra, la que manipula su corrupto “salvador”.

Para constatar la parte salvaje y endemoniada que anida en el corazón de muchos mexicanos es suficiente el espectáculo horrendo de turbamultas quemando personas vivas, entre los aullidos de los pirómanos y los alaridos de las víctimas. O, como en el caso difundido por Azucena Uresti, sobre una niña de la montaña de Guerrero que después de ser vendida, abusada y encarcelada, huyó como tantas otras; ante esto, el Presidente se limitó a decir: “eso es la excepción, no la regla”.

Frente al infame comercio carnal (tan documentado) de niñas pobres, sin defensa ni voz, ¿dónde está la sociedad, dónde las feministas?

Por eso (y por los atracos devastadores a manos de perfumados y bien vestidos) es urgente llevar a cabo una cruzada nacional educativa y cultural, y consolidar nuestras instituciones para que una minoría no detente el destino del país, ni, tampoco, persona alguna, así fuera honesta y capaz, o (como sucede hoy) un inepto resentido y sinvergüenza.


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