Dinosaurio herido

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Descanse en paz don Luis H. Álvarez, símbolo de la lucha
por la democracia en México.

El dinosaurio está herido. Presiente que va a perder varias gubernaturas, que va a quedarse con menos de las nueve que en mala hora se atrevió a pronosticar su dirigente, y ha desatado una guerra sucia para evitarlo. Lo advertí en este espacio en diciembre del año pasado: “Si a alguien le interesa presenciar la furia del leviatán mexicano no tendrá que esperar mucho. Ya se acerca un importante año electoral… y la posibilidad de que en algunos estados surjan bloques opositores capaces de derrotar al PRI encrespa al poderoso aparato priísta. Y es que una cosa es la pugna retórica y otra es la guerra por el poder. A veces uno puede hacer declaraciones periodísticas en contra del PRI-gobierno y salirse con la suya, pero cuando busca arrebatarle el control territorial —eso que manejan sus gobernadores, señores de arca y cuchillo (tesorerías y procuradurías)— recibe una respuesta implacable. La bestia empieza a mostrar los dientes. Hasta ahora no es más que eso, gruñidos de advertencia, pero ya está en posición de ataque”. (Temporada de caza, 7/12/15).

Pues bien, la bestia dinosáurica ya se arrojó encima de sus pretendidas presas. En Durango, en Oaxaca, en Veracruz y en Quintana Roo está atacando ferozmente a los candidatos aliancistas porque sabe que les van ganando a los suyos. En Tlaxcala se ha lanzado contra la candidata del PRD porque lleva una clara ventaja sobre el abanderado priísta. Y dicho sea de paso, estoy seguro de que en Tamaulipas ya está arriba el candidato del PAN, porque también contra él se ha lanzado con todo. De hecho, en México no es necesario —ni útil— ver las encuestas para saber cómo va el PRI. Basta observar sus estratagemas mediáticas. En todos lados recurre al uso de programas sociales para la compra del voto, al turismo electoral y a trapacerías de semejante laya, pero ahí donde endereza campañas de lodo para infamar a sus opositores no hay la menor duda: ha sido o está siendo rebasado.

En casos como éste, el miedo provoca agresividad. El PRI-gobierno está tan temeroso como agresivo, y no se va a detener ante nada. En 2016 se juega, en buena medida, el 2018. Todos los estados son importantes, pero si pierde Oaxaca y sobre todo Veracruz, por el tamaño de su electorado, habrá sufrido una merma de votos que le podría llevar a perder ni más ni menos que la Presidencia de la República. En efecto, la reacción que está teniendo es del tamaño del peligro. Y de paso ensaya una carambola de tres bandas: quiere castigar a sus disidentes manchándolos con acusaciones muy graves —narcotráfico o algo igualmente abominable— y de ese modo pretende encarecer la deserción de sus filas en el futuro, al mismo tiempo que busca aparentar ser un partido apegado a la legalidad. Quienes piensan que es imposible que lo logre, que el partido que hizo de la corrupción un sistema político no tiene credibilidad cuando tacha a otros de corruptos, soslayan el hecho de que la generación de los millennials no conoció el antiguo régimen y subestiman el poder de manipulación informativa del priísmo.

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Pero eso no es lo peor. La connivencia de algunas autoridades con el crimen organizado puede provocar violencia para asustar a los votantes el día de la elección y favorecer el voto duro del PRI, como ocurrió en Durango hace seis años, para intimidar candidatos o incluso para, en el extremo del salvajismo, desaparecerlos. No exagero. Ya han habido atentados; contra un presidente municipal perredista en Veracruz y contra la candidata del PRD a la alcaldesa de Juchitán, por ejemplo. No es descabellado, por desgracia, pensar que eso puede ocurrir de nuevo. Que no se olvide a quién nos estamos enfrentando los partidos de oposición. La metáfora no es arbitraria: es un dinosaurio, y no cualquiera, es un Tiranosaurio Rex. Está herido, y lo estamos acorralando en las contiendas electorales del 5 de junio. Y eso lo vuelve capaz de cualquier bestialidad.


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