El PRD y el PAN han caído en manos de grupos que prolongan su permanencia con prácticas muy cuestionadas.
El reto de escribir sobre la política democrática está en ser implacable con su realidad sin abandonar la fe en sus ideales.
Michael Ignatieff
He llegado a la conclusión que nos enseñan más sobre política las novelas y los testimonios de quienes la han vivido que los profundos tratados de teoría política. Martín Luis Guzmán con La sombra del caudillo y Gonzalo N. Santos con sus Memorias describen de manera más realista cómo funciona nuestro sistema político.
La democracia requiere de calidad humana en dirigentes y ciudadanía. En palabras de Perogrullo, no se puede hacer democracia sin demócratas ni se puede combatir la corrupción sin gente honrada. La democracia propicia el escándalo, se nutre del conflicto, vive de la denuncia, pero produce desencanto cuando no hay consecuencias ni se corrige el rumbo.
El Presidente de la República ha insistido en una nueva actitud ética y en estimular la confianza, el lubricante de la democracia. La confianza tiene que ser algo tangible y convincente y eso sólo se logra con autoridad moral.
Harold Lasswell fijó las características de la personalidad democrática: 1) un ego abierto, es decir, una postura cálida y acogedora en relación con el prójimo; 2) actitud para compartir con otros valores comunes; 3) una orientación plurivalorizada antes que monovalorizada; 4) fe y confianza en los demás hombres; 5) relativa ausencia de ansiedad.
Desde hace algunas décadas los teóricos de la política hablan de la cultura democrática o cívica como consecuencia de un ritmo lento en busca de un común denominador.
Perdón que insista, pero la falla fundamental es la falta de calidad de liderazgo de nuestra clase política, no percibo un discurso político convincente. En el Poder Judicial se dan sentencias contradictorias y francamente desalentadoras de nuestra incipiente cultura democrática. Las carencias de los partidos de oposición minoritarios son evidentes. El PRD y el PAN han caído en manos de grupos que prolongan su permanencia con prácticas muy cuestionadas, aunque debemos felicitar al PRD por su último proceso, ojalá superen sus divisiones internas. En el PAN hay una crisis indiscutible: frente a la grandeza de sus fundadores y de sus primeras generaciones, la dirigencia actual profundiza el abismo al que no se le ve fondo. En el PRI percibo un galope tendido para regresar a su faceta más vetusta de autoritarismo y de decisiones verticales.
Todo lo anterior no nos debe asustar. En política llamar hecho a un hecho equivale a detonar una bomba, pero es menester aceptar nuestra realidad si queremos mejorarla. En ello radica el reto para una participación ciudadana más comprometida y de mayor calidad.
Todos hablamos de fortalecer nuestro Estado de derecho como una condición sine qua non para mejorar nuestra democracia, pero esto sólo se logra mediante la coherencia política. La confianza no es producto de las virtudes de la norma, sino de su rigurosa aplicación. La próxima lucha electoral será muy intensa. Si las instituciones son vulnerables es porque los hombres somos vulnerables y no se puede deslindar a las primeras de los segundos. Es obligado utilizar medios ingeniosos a fines adecuados. Si en esto no hay coincidencia, la política es actividad estéril. A lo anterior hay que agregar calidad humana, principalmente en el gobernante. Es verdaderamente patético el trato del funcionario público al ciudadano. Hasta en eso nos hemos degradado.
En pocos momentos de nuestra historia ha existido un desafío tan contundente. Todo está en juego y no debe quedar ninguna asignatura pendiente. O logramos arraigar en la conciencia colectiva principios comunes y propósitos afines y tenemos el valor de medir la eficacia de nuestras acciones para hacer las correcciones necesarias, o lamentaremos, una vez más, haber desperdiciado esta oportunidad.
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