En Debatitlán no fue nuestro propósito ofender o insultar, sino, con la mayor crudeza, reclamar y exigir.
Nunca vamos tan rápido como
cuando no sabemos a dónde vamos.
Daniel Innerarity.
México está ávido del debate. Dejamos atrás un sistema presidencialista con atribuciones metaconstitucionales y un partido hegemónico, pero no arribamos a una democracia sana y confiable. Estamos en medio de la tormenta y, tal vez, en el punto más difícil de las últimas décadas.
La democracia nació de la discusión, de la confrontación de ideas, del pensamiento de dos presocráticos: Parménides (las cosas no cambian en lo esencial) y Heráclito (todo fluye y nadie se baña dos veces en el mismo río). También es preciso recordar a Jorge Luis Borges, quien insistía en que los verbos conservar y crear, tan enemistados aquí, son sinónimos en el cielo. Los teóricos más recientes insisten en ponerle un adjetivo: democracia deliberativa. La agenda hoy está cargada y el tiempo apremia para dilucidar varios temas que sacuden la conciencia nacional.
Confieso mi tristeza por la conclusión de la mesa Debatitlán del programa El Mañanero. Manifiesto mi emocionada gratitud a Víctor Trujillo (Brozo) y a Televisa, porque en casi seis años de debates intensos jamás recibí la más mínima insinuación para no abordar determinados temas o atemperar nuestros puntos de vista. Desde luego, mi gratitud para mis colegas Enrique Jackson, Ignacio Marván, Beatriz Pagés y, sí, también a Rafael Cardona. Creo que dimos un debate fresco, con sustento, con reflexiones históricas y logramos vislumbrar muchos de los actuales acontecimientos. Brozo fue un moderador sensato. Entiendo que los programas tienen su ciclo y muy a mi pesar lamento que termine. Destaco algunas ideas que pronto verán la luz pública en un libro denominado Diez cartas a un joven político, que espero publicar en las próximas semanas.
¿Es peor vivir engañado o sufrir el desengaño? Es peor lo primero. En los casi 280 programas nos esforzamos en criticar con realismo y hacer señalamientos puntuales cuando las cosas están mal. No fue nuestro propósito ofender o insultar, sino, con la mayor crudeza, reclamar y exigir. En mi caso, por deformación personal, reiteré siempre el cumplir y hacer cumplir la ley. Ésa es la exigencia más sentida del pueblo mexicano. Una prueba es el manoseo para aprobar el Sistema Nacional Anticorrupción y la burda ocurrencia de obligar a particulares a presentar su declaración 3de3. Pronto veremos otro espectáculo, la Constitución de la Ciudad de México que, como bien dice Jorge Alcocer, “solita se murió y entre todos la matamos”. Tal vez lo peor esté sucediendo en Veracruz y Quintana Roo, donde los gobernadores, en complicidad con los diputados, están legislando con dedicatoria, rompiendo la obligada generalidad de las leyes, en el afán descarado de protegerse y continuar impunes ante los delitos cometidos. Únicamente lograrán confirmar su responsabilidad en el quebranto financiero de sus entidades.
Desde luego, para que impere la ley (la definición más escueta del Estado de derecho) deberán incorporarse en la mesa de discusiones otros muchos temas pendientes. Nuestra independencia fue producto de una transacción, culminada con el “Abrazo de Acatempan”. Nuestra revolución terminó también con una transacción, los “Tratados de Ciudad Juárez”. Ahora nuevamente las tan cacareadas reformas entran en un proceso de transacción. Graves amenazas para nuestro futuro.
En fin, por naturaleza, por vocación, por formación, el debate ha sido mi más utilizado instrumento para hacer política. En ello me he empeñado y en ello continuaré. De aquí al 2018, la clase política de todos los partidos tendrá que mejorar su actuación con la única arma que funciona, la cultura.
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