De nuevo ¿es la corrupción asunto ‘cultural’ como dice Enrique Peña Nieto?

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Nos informan que el presidente Peña Nieto insistió en que la corrupción es un problema cultural. ¿Es cierto? Respuesta: sí, es cierto. Lo que pasa es que parece que a mucha gente no le gusta la expresión esa de que “es cultural”, pero sociológicamente es correcta.

¿Qué es lo que pasa? Que efectivamente la corrupción, es decir el robo o mal uso de recursos públicos, el cohecho, la extorsión y otras malas prácticas más, son hechos comunes ¡y aceptados! en nuestra sociedad mexicana y, por supuesto, en la sociedad en general. Una calamidad compartida, no nacional. En algunas culturas se da menos y en otras llega a extremos gravísimos.

¿Qué debemos hacer? Un cambio cultural. Debemos reeducar a nuestra sociedad para que no vea como algo “normal” la práctica de la corrupción. Estas malas prácticas existen como otras que sufre la sociedad, incluyendo la infidelidad de toda clase, la indiscreción sobre asuntos delicados, la violencia de todo tipo, en particular la intrafamiliar y contra las mujeres, y el homicidio incluyendo el aborto. ¡La guerra y el ataque a los más débiles en forma institucional! Todo ello es asunto de cultura en sentido sociológico.

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¿Qué dijo mal el presidente Peña Nieto, que dio material a caricaturistas y comentaristas, tal como lo previó él mismo? Su expresión desafortunada de que “lo que estamos haciendo es domar, auténticamente la condición humana”. Pero eso, en materia de cambio cultural es “peccata minuta”. ¿Domar la condición humana…? Bueno…

Las medidas legislativas de prevención, control y castigo de la actividad corrupta en las relaciones internas y externas de la administración pública, no hacen realmente un cambio cultural. Simplemente, en la medida en que sean efectivas esas leyes y políticas, inhiben las prácticas corruptas, pero no cambian la mentalidad de las personas, que seguirán en las mismas cuando tengan ocasión.

Si un ciudadano “sabe” (porque la gente “sabe”) que una infracción al reglamento de tránsito por ejemplo, se puede arreglar con una “cooperación” llamada popularmente mordida, eso es asunto de cultura, algo que debemos cambiar, tanto de parte de los que dan u ofrecen como de los que exigen o reciben.

Es realmente un asunto cultural la corrupción, una forma de actuar y de pensar, que debe cambiarse. No es algo inherente a la administración pública, se da también en el medio privado. Parte del problema es que hay personas que dicen detestar los malos manejos públicos, pero que llegan a manifestar “en confianza”, que si llegaran por allá harían lo mismo; aprovechar alguna oportunidad para conseguir algo “para la familia”, claro.

Dice una nota de prensa (regeneración.mx) que “Peña remarcó que México necesita un cambio de mentalidad de la población y las autoridades; reconoció que este cambio ‘no se dará de la noche a la mañana’ y, que tampoco, se logrará a partir de los discursos”. Pues tiene razón, pero no es ninguna novedad. Sin embargo, ayudan los discursos, así como las declaraciones de ciudadanos, y las enseñanzas en la familia, la escuela y la sociedad en general.

Cierto, las nuevas medidas anticorrupción ayudan a inhibirla, pero lo importante no es que bajen “porque ya no se puede como antes”, sino por el convencimiento de que no es correcto convivir con y practicar (cuando se siente necesario u oportuno) las acciones corruptas, de robar, sobornar y extorsionar, mal usar recursos oficiales y hasta los hostigamientos laboral y sexual.

Cierto, se trata de una mala cultura, y debemos cambiarla por una cultura que en la vida diaria se apegue a la moral, imbuida por la familia en primer lugar, por las escuelas, por las iglesias y por todas las organizaciones de la sociedad en general. Y por supuesto, por el ejemplo de los que presumen ser honestos, y de quienes predican y exigen el apego a la moral.


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