De empresarios y libertades

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El que el Senado decidiera otorgar la Belisario Domínguez al empresario Alberto Baillères dejó ver algunos de los lastres que tenemos en nuestra vida pública. Uno de ellos es que contamos con una izquierda trasnochada, sin ideas, que se mueve por consignas. Es una izquierda antiempresarial, que no puede ser moderna por más que aspire a ser socialdemócrata.

La izquierda desperdició la oportunidad de mostrar una cara diferente. Anclada en sus vicios y prejuicios ofreció un discurso lleno de lugares comunes en boca de personajes bastante cuestionables. Alejandro Encinas, quien escondió a un miembro del crimen organizado —prófugo por culpa del hoy senador— no tiene estatura para andar reclamando nada o cuestionar honores.

Manuel Bartlett argumentó contra los beneficios que ha obtenido el empresario. Curioso, pues el senador poblano ha hecho de la política un lucrativo negocio que el propio Baillères envidiaría. Los acompañó AMLO diciendo que el empresario tiene una universidad de la que han salido destacados miembros de la clase política que han «arruinado al país». De ser ese el caso habría más que reclamarle a la UNAM. La cara que mostró la izquierda en ese debate fue tosca, avejentada. Bartlett no tiene nada que ver con Belisario Domínguez y sí mucho que ver con Victoriano Huerta. Formarse atrás de Bartlett no es buena idea para destacar. Pero fue la semana de las banderas que le quedan a la izquierda: fumar mota y atacar a la libre empresa.

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Dudo que Baillères sea el empresario adecuado para la presea. Por ejemplo, algo que no mencionó ninguno de los izquierdistas es que fue Baillères quien comandó el boicot publicitario al Excélsior de Scherer, en uno de los golpes más vergonzosos contra la libertad de expresión en este país (sorprende que ni siquiera la revista Proceso —dirigida por un hombrecillo atormentado por sus complejos— le dedicó una línea al asunto en el número de esta semana). Ese solo hecho es una mancha ignominiosa en cualquier historial. No se puede defender la libre empresa pisoteando la libertad de expresión. En fin, cosas de vivir en un lugar de corta memoria.

Más allá del empresario en particular, el país necesita reconciliarse con los empresarios, reconocer su labor y su importancia. Que haya empresas corruptas y corruptoras —como es caso de OHL, por mencionar alguna de moda— no significa que esa sea la mayoría. La palabra «empresario» no puede estar satanizada, al contrario, debe ser un estimulante para la libertad y la responsabilidad con los demás. Mucho de lo que este país es se lo debe a los pequeños y medianos empresarios: mujeres y hombres que hacen su esfuerzo para generar empleos, que pagan impuestos, que apuestan por el país en cualquier circunstancia. En la defensa de las libertades —ahora que ha salido tanto libertario—, la de la libre empresa es un bastión que no se le puede dejar a los que tienen ideas de izquierda y cartera de derecha.


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