¿Curva peligrosa?

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La comunicación gubernamental ha sido engañosa siempre, muestra lo que le conviene a la autoridad e incluso oculta sus errores. Quienes circulamos por carretera cuando vemos letreros como «curva peligrosa», sabemos que no sólo distan de la verdad sino protegen contra posibles demandas. Es cierto que en ciertas curvas ocurren accidentes con más frecuencia, pero no porque sean en sí peligrosas, sino porque no están diseñadas para la velocidad a la que se circula en el resto de la vía. Si la comunicación fuera honesta diría «curva mal hecha» o «curva diseñada para velocidades bajas», pero si dijera así la autoridad quedaría muy mal.

En otros rubros la comunicación gubernamental es igual de engañosa. Sin decir mentiras no dice toda la verdad. Muestra logros pero omite detalles incómodos que tarde o temprano aparecen. El Presidente López Portillo nos invitó a «administrar la abundancia» pero omitió decir que dicha abundancia estaba sujeta a que el precio del petróleo no descendiera. El Presidente Salinas dibujó un luminoso futuro al término de su mandato, pero omitió mencionar el endeudamiento en que incurrió.

La comunicación de ambos mandatarios dijo la verdad, pero una incompleta. Para disimular su error el primero incluso acusó a dueños de bancos de ser los causantes de la debacle a la que él arrastró a México al tiempo que desapareció los ahorros de miles de mexicanos. El segundo se proclamó víctima de un mal entendido e intentó una débil e inútil defensa.

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Fueron los sucesores de ambos los que tuvieron que corregir los entuertos y darnos la amarga medicina: devaluar primero y luego intentar sacar adelante una economía en recesión. Duros remedios que enderezaron el rumbo, pero en el camino dejaron frustrados no sólo a miles de emprendedores que habían creído en la engañosa comunicación sino a cientos de miles de desempleados.

Sin embargo, al corregir los entuertos la publicidad oficial no precisó las causas. Éstas ahora están perdidas para la memoria colectiva de los jóvenes al no precisar la responsabilidad de quienes habían causado las devaluaciones. Por eso ahora debemos reiterarle a las nuevas generaciones que cuando un gobierno gasta más de lo que recauda y se endeuda en exceso, tarde o temprano conduce a una devaluación catastrófica. Hasta las amas de casa conocen la receta: sólo en casos excepcionales (como la compra de una casa) se debe gastar más de lo que se ingresa.

Este gobierno informa que la deuda externa aumentó en tres años en sólo 36 mil millones de dólares (de 121 a 168 mil millones), y que la cifra no es preocupante porque el total es menor al 11% del PIB. Pero otra vez deja de decir lo que resta por endeudarse en los tres años que quedan de la presente administración para pagar el ambicioso programa carretero y el inicio de la construcción del nuevo aeropuerto del Valle de México.

La deuda externa no es un mal en sí misma, pero sí lo es cuando no se destina a actividades productivas. Si el nuevo aeropuerto y los cientos de nuevas carreteras no detonan la economía del país en la misma forma que beneficiarán a las compañías constructoras estaremos en el mismo camino de los dos sexenios mencionados. Estamos frente a un letrero de «curva peligrosa».


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