Cosas de Dios y del PRI

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Hay en nuestra comentocracia un tufo jacobino que sale cada vez que al Presidente en turno se le ocurre hacer referencia a Dios o alguna actividad religiosa. Nuestra izquierda, particularmente retrógrada, monta en furia cada que esto sucede. Es quizá la única bandera que les queda y que nadie les quiere arrebatar: la de ver como valor ser antirreligioso y hacer del ateísmo una religión fanática.

Cierto que ese modo antirreligioso era también parte del ADN priista. En la caricaturización de sus adversarios de derecha (los panistas), estaba que era un partido de mochos rezanderos. Sentían que la defensa del Estado laico era exclusiva de ellos, los herederos de la Revolución.

Por supuesto que era para afuera porque ellos mismos organizaban para sus hijos primeras comuniones, bautizos y los metían a escuelas de órdenes religiosas. Mientras en Estados Unidos, por ejemplo, el presidente jura sobre la Biblia e invocan a Dios en todo momento para que bendiga a sus pueblos, acá los presidentes priistas se declaraban ateos —López Portillo llegó a decir que perdió la fe a los 14 años, cuando leyó a Hegel— y no pueden decir las frases del tipo «Gracias a Dios», «Dios mediante», que «Dios los bendiga», porque les cae inmediatamente la crítica fanática.

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Acaba de suceder con lo que dijo el presidente Peña sobre la fe de los mexicanos y la amenaza del huracán Patricia. A Peña tiene tiempo que las cosas le salen mal aunque las quiera hacer bien. Pero me parece que lo que dijo no estaba fuera de contexto. Seguramente, la gente que vive por donde el huracán los arrollaría rezó e invocó a Dios de manera repetida y en todas las formas posibles. Y seguramente muchos de ellos sintieron que la mano de Dios desvió el huracán o algo por el estilo. Peña hizo referencia a eso y le tundieron por la referencia y salió que había estudiado con los del opus y que fue a ver al papa y tonterías por el estilo.

Pero eso les pasa a los priistas por seguir jugando al ateo que no son o que ni les interesa ser. Hay en ellos una suerte de pena por decir que profesan una fe. De entre los famosísimos tres libros que leyó nuestro Presidente dijo que la Biblia la leyó cuando era adolescente, como si fuera una ingenuidad propia de la edad. ¿Qué tiene de malo que sea católico? Lo que está mal es esconderlo. Si el Presidente quiere decirle a la gente que Dios los bendiga, que lo haga, no pasa nada —porque a lo mejor no existe y entonces tampoco los bendice.

Esta semana el titular de la Sedesol, José Antonio Meade, presentará el libro La vida santa de Vasco de Quiroga. Seguramente dirá que no cree en los santos porque estaba leyendo a Hegel o algo por el estilo. Lo claro es que cuando gobierna el PRI, también gobiernan los mochos.


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