Con el sistema o contra él

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El mérito foxista fue, sin lugar a dudas, haber logrado canalizar un descontento social que no había logrado decantarse en una opción mayoritaria

Si hay una bandera que nadie le quitará a Vicente Fox es la de haber sacado al PRI de los Pinos “¡Hoy!”. En efecto, el “Hoy” que parecía la sepultura del candidato panista en el frustrado debate entre candidatos presidenciales, logró convertirse en el mejor cauce de lo que era la aspiración mayoritaria de ese momento: el hartazgo de una forma de hacer política, de un régimen con tufo de corrupto, autoritario y manipulador. El mérito foxista fue, sin lugar a dudas, haber logrado canalizar un descontento social que no había logrado decantarse en una opción mayoritaria.

Tres sexenios después, parece que se repite la historia del año 2000. La aprobación del presidente Enrique Peña Nieto se encuentra en su nivel más bajo, de 34%, desde el inicio de su gobierno hace casi tres años, en medio de una economía débil y cuestionamientos a la estrategia de seguridad. Los números de descontento crecen, incluso, entre las filas de su propio partido, y ninguna opción política alcanza el 30% de los votos en las elecciones intermedias de 2015.

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Impresión de río revuelto, con pescadores al acecho. Son los tiempos de la polarización. De la demonización del adversario. La estrategia la usa el mismo presidente Peña Nieto en la tribuna de su Tercer Informe de Gobierno o en la Asamblea General de las Naciones Unidas, y la aprovechan quienes ya alzaron la mano para las elecciones de 2018, sea Andrés Manuel López Obrador o, tibiamente, los líderes de los principales partidos de “oposición”.

Aquí y allá se escuchan palabras que atizan a los populistas, mientras que los acusados señalan a los corruptos. Nadie se salva del lodo. Y el espectador pasivo, simple elector, aumenta su desconcierto, su rechazo y su repudio al sistema de partidos. Mientras tanto, los políticos se enfundan en sus papeles tradicionales, se enfrascan en sus conocidos discursos, sin leer ni oler los vientos que soplan.

Mientras los mexicanos afilan la guillotina, los políticos se afeitan las patillas. Y los que, como Fox en 2000, sepan leer estos tiempos y entender que la opción de 2018 no se dará en función de colores ni argumentos, sino de banderas simples, claras que logren encauzar el rechazo mayoritario al sistema tradicional de partidos podrán no sólo obtener el triunfo, sino arrebatarlo.

La estrategia del Pacto por México y las prácticas de corrupción compartidas, lograron desdibujar la frontera entre oposición y gobierno. Y mientras crecen los presupuestos partidistas, aumentan los reclamos contra la corrupción, se evidencia el resquebrajamiento del aparato del Estado, disminuye el poder adquisitivo y se construyen nuevas sedes ostentosas para la autoridad electoral, la ebullición social crece.

Las descalificaciones se intercambian sin ton ni son, creyendo que así podemos posponer una verdadera transformación y evitar las verdaderas reformas que pide el sistema. Para quienes están dentro de él, es más rentable aparentar que no pasa nada. Para quienes están fuera de él, no hay nada más apetitoso que destruirlo. El 2018 será un asalto al castillo, corriendo el riesgo de no encontrar más que ruinas, o de hacer del asalto un proyecto vacío, rentable sí, pero sin contenido.


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