Chiapas y Tabasco

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Me parece un pecado capital del político aspirar a un cargo sin tener los merecimientos o llegar a destiempo.

La desmesura de la esperanza es proporcional a la escala del desengaño.
Juan Pardinas

Nací en Pichucalco, Chiapas, municipio en el que heredé un rancho, donde paso buena parte de mi tiempo. Soy, por tanto, chiapaneco (ius soli, derecho de suelo). Mis padres, originarios de Tabasco, me hicieron tabasqueño (ius sangui, derecho de sangre).

En ambos estados, no con mucha fortuna, he hecho mi vida política. Conozco su historia, su geografía, su gente. Están estrechamente relacionados; en versos de un gran educador y poeta, Marcos E. Becerra: “Los mismos ríos nuestras vastedades bañan/somos como dedos de una misma mano/como nudos de una misma caña”. Tabasco es una llanura de aproximadamente 25 mil kilómetros cuadrados totalmente integrados, es uno. Chiapas son varios, es un estado desintegrado y tiene tres veces la superficie tabasqueña y su orografía es contrastante.

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En Tabasco se encuentra el gobernador de más edad de todo México y el de más edad en los últimos 100 años de la historia del estado, mientras que en Chiapas se halla el más joven del país y en la historia de esa entidad.

En 2006, ante la inminente postulación de Roberto Madrazo (quien no lo apoyó en 2000 para ser gobernador) a la Presidencia de la República por el PRI, Arturo Nuñez no dudó en renunciar a ese partido y buscar el apoyo de quien había combatido: Andrés Manuel López Obrador. De acuerdo con su costumbre de ganar votos, el entonces perredista lo hizo senador y posteriormente gobernador, pasando una costosa factura que obligó a Núñez a la ruptura.

Manuel Velasco Coello formó una fundación, utilizando el nombre de su abuelo, para promoverse. Con actos anticipados de campaña, puso hasta en el último rincón chiapaneco un spot con la frase: “Vamos güero”.

Núñez ofreció un cambio verdadero. Velasco, con una entelequia de partido y mucho dinero creció artificialmente e impuso alcaldes. A Núñez se le olvidó –o quedó en el trayecto– para qué quería ser gobernador. Velasco nunca lo supo.

Con ambos personajes he tenido cercanía y reflexioné mucho para escribir este artículo porque contiene una enorme carga personal, pero también un serio llamado a cumplir con un deber.

En ambas entidades hay síntomas de una grave crisis y falta de gobernabilidad. Se percibe a ambos gobernadores pasmados, a mitad del sexenio, sin saber qué hacer para concluir su periodo. Se les ve solos e influidos por quienes sólo los adulan y no les advierten de sus serios problemas.

Me parece un pecado capital del político aspirar a un cargo sin tener los merecimientos o llegar a destiempo. A nadie conviene que las cosas empeoren. Es necesario tomar medidas radicales para recuperar el rumbo.

Las soluciones son totalmente diferentes. Tabasco tiene el desafío de encontrar una actividad económica que lo haga competitivo, disminuir la grave inseguridad y la corrupción. Bien definido como un gigante dormido, en Chiapas las posibilidades son más amplias por su economía diversificada. Su problema principal es el desorden. En los dos casos se requiere un intenso trabajo para sustentar una nueva cultura política vinculada con los valores de la democracia, cerrar heridas y abrir un amplio consenso para, con la mayor madurez, ventilar las soluciones a nuestros problemas. Es menester terminar con el encono. Como bien lo dice el himno chiapaneco: “Que se olvide la odiosa venganza; que termine por siempre el rencor”.

Altura de miras, trato respetuoso al contrario, recuperar autoridad moral y, evidentemente, fortalecer el Estado de derecho.

Ojalá no se haga realidad la frase de Simone de Beauvoir: “El camino más corto al fracaso es el éxito”.


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