Blanca Magrassi de Álvarez

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Luis H. Álvarez y su esposa Blanca Magrassi dieron una batalla democrática anticentralista que sacudió al norte del país en los 50

Un abrazo a don Luis y a toda su familia

Se apagó la vida de Blanca Magrassi Scagno, esposa, camarada y cómplice de don Luis H. Álvarez. Ambos formaron una pareja cívica modelo. Ocuparon un lugar destacado en la escena política por su liderazgo sustentado en la honestidad, congruencia y valentía. Blanquita, como le decíamos en el PAN por su figura menudita, fue pionera en rechazar la falsa norma social que dice: “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”, ella se propuso ser una gran mujer al lado de un gran hombre.

Descendiente de italianos emigrados a Tampico, contrajo nupcias con Luis, nacido en Camargo, con raíces familiares en los Altos de Jalisco. Se establecieron en Ciudad Juárez. Él, productor de mezclilla y con madera de líder, sobresalieron en la comunidad juarense por su participación en la vida cívico-social: en la Cruz Roja, en los clubes 20-30 y Rotario, en la Sociedad de Fomento y Construcción de Planteles Educativos —uno de los temas preferidos de Blanca— en las cámaras de Comercio y Textil del Norte. Eran una familia exitosa económicamente, participativa y estimada.

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Tal vida dio un vuelco al comenzar la década de los 50. En el régimen autoritario priísta de entonces reinaba Miguel Alemán. Envió como virrey a controlar y expoliar Chihuahua a Óscar Soto Maynez, un sátrapa abusivo, corrupto y dictatorial. Los chihuahuenses decidieron enfrentarlo. Surgieron comités proderechos ciudadanos y organizaciones de defensa. Una de ellas, la Asociación Cívica de Ciudad Juárez, le plantó cara a la desbordada corrupción del atrabiliario desgobernador. Convocó a una huelga de pago de impuestos exigiendo su renuncia y demandó al monarca de la capital le destituyera. El movimiento cívico triunfó. El dictador dimitió el 9 de agosto de 1955. Como es fácil imaginar, en aquella rebelión cívica participaron Luis y Blanca.

Pero las cosas no quedaron ahí. La indignación ciudadana hizo que muchas personas decidieran continuar la lucha y buscar en las elecciones de 1956 rescatar el gobierno estatal del control del centro. Acción Nacional fue su cauce. En ese contexto se celebró la convención estatal para elegir al candidato. Al evento asistió el fundador del PAN, Manuel Gómez Morín, nativo de Batopilas, en calidad de precandidato, quien por razones legales tuvo que declinar la postulación, lo mismo sucedió con otros aspirantes.

Amigos panistas convidaron a Luis al evento, asistió como curioso, no era militante y menos aspirante. Antes de partir, al despedirse de Blanca, ella, conocedora del talante de su esposo, e intuitiva, le hizo prometer que no tomaría ningún compromiso político. Vana resultó la precaución, porque ante el impasse que se produjo en la convención por la declinación de los precandidatos, Gómez Morín se le acercó y le propuso la candidatura. Lo que siguió ya se conoce: Luis H. Álvarez dio una batalla democrática anticentralista que sacudió al norte del país y lo proyectó para ser candidato a la Presidencia de la República en 1958.

El papel de Blanquita quedó marcado la noche en que Luis regresó de aquella convención. Le preguntó: “¿Qué te pasó?” La respuesta: “Nada, que soy candidato”. Blanca lloró el resto de la noche, luego rezaron juntos y ya recuperada del trance le dijo: “Estoy contigo”. Así permanecieron juntos en la lucha por la democracia 59 años.

Chihuahua y México necesitan urgentemente, en estos tiempos críticos, muchas Blanquitas y Luises.


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