Austeridad: ¿otra mentira?

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Ahora estamos con el discurso de la austeridad y no hubo sarao de gala en Palacio para festejar el Grito. Sin embargo, el supuesto ajuste de cinturón en el gasto público parece un nuevo engaño. Uno más entre las mentiras y medias verdades de este gobierno: Tlatlaya, Ayotzinapa, la inexistencia de conflicto de interés en la compra de lujosas residencias, financiadas ventajosamente por los contratistas asociados con los funcionarios adquirentes; la pulcritud de los negocios que el grupo en el poder realiza con los hijosdalgo hispanos coludidos con un conjunto churumbel criollo, con avidez vampiresca por la sangre de los usuarios de los circuitos viales del Valle de México.

Vamos al grano: impelido por la depresión en los negocios petrolíferos, sin el abundante suministro de dólares al presupuesto nacional, adicionalmente problematizado por un incierto entorno exterior, el gobierno prometió elaborar un “presupuesto con metodología base cero”. Así se anunció solemnemente en la 78 Convención Nacional Bancaria de marzo.

La semana pasada las autoridades hacendarias dieron a conocer los criterios rectores de la política económica para 2016. El compromiso hecho ante los banqueros se hizo humo. No se encuentra la “base cero” por ningún lado. Aparece sí, justo es reconocerlo, el propósito de hacer algunos recortes, fundamentalmente en inversiones, pero muy poco en gasto corriente. La administración hará algún esfuerzo para cubrir el expediente, pero el resto de los poderes, órganos autónomos y el aparato político no comparten el objetivo de adaptarse a una nueva era de recursos públicos escasos.

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Se dice que no se puede hacer más: que el equilibrio entre la estabilidad macroeconómica, la promoción al desarrollo social y el crecimiento no permiten ir más a fondo en la disminución del presupuesto; que hay gastos inerciales imposibles de frenar. En suma, que el Estado, con sobrepeso histórico de origen corporativo y paternalista, aunque la situación lo exija, no puede someterse a una verdadera dieta. Por tanto, los ciudadanos están condenados a llevar sobre sus espaldas su monstruosa y agobiante obesidad.

¿De verdad no hay margen para meterle tijeras al gasto público? ¡Por supuesto que existe y mucho! El presidente del PAN, Ricardo Anaya, y el senador Francisco Búrquez sostienen que la austeridad no debe ser cosmética, sino auténtica. Proponen, para comenzar, que 50 por ciento de los recursos destinados a los partidos sea eliminado. El senador Ernesto Cordero demandó que se mochen las partidas de los moches en el PEF. Convierte a los diputados en coyotes hábiles para los trastupijes y es un fuete en manos del Ejecutivo para amedrentarlos y domarlos.

¿En serio no se puede reducir el dispendio? Al alcance de la guillotina están los insultantes derroches en propaganda e imagen. Son una injusta y aberrante carga para los ciudadanos. El presidente de la República, los gobernadores y los legisladores no deben gastar para persuadir a aquellos a quienes supuestamente sirven de que son una maravilla, que dictan leyes milagrosas y que vivimos en jauja. Si tales son sus obras, ¡que al mérito de las mismas atengan para gozar de la aprobación de sus gobernados! Es perversión supina que el contribuyente pague esas cuentas. No tienen por qué costear el alivio al desprestigio de los políticos o peor aún, sostener los presupuestos para cultivar la imagen de gobernadores ridículos con aspiraciones presidenciales.

Lo dicho, de la verdadera austeridad estamos aún lejos. No parece que se practicará en 2016. Así andaremos hasta que el destino nos alcance. Que luego no se asusten por el populismo, al que no detendrán a billetazos sino con buen gobierno: justo, sobrio y eficaz.


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