Alegre o borracho… todo depende

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Un principio esencial para la democracia es la igualdad de los ciudadanos frente a la ley, sin prerrogativas ni privilegios. ¿Cómo vamos en este rubro?

La agenda legislativa que deberán resolver en este periodo las distintas fuerzas políticas contiene asuntos relevantes y de gran impacto para millones de mexicanos. Los legisladores, como poder alterno a los ejecutivos en todos los niveles deben ser garantes de esa igualdad, porque si bien en la letra somos iguales, frente a la ley en la realidad cotidiana no sucede así.

Si por ejemplo, el hombre o mujer que ostentan poder económico o político han bebido más de la cuenta estarán “alegres” y entonces el chofer sabrá que es hora de llevarse al “señor o a la señorita”, porque el exceso de alcohol les hace dar tumbos y arrastrar las pocas palabras que alcanzan a balbucear.

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No tendrán problemas al pagar la cuenta, porque o tienen el dinero para hacerlo, o la abonarán a un proyecto fundamental para “ser solidarios con otros”, o alguien más la pagará en el afán de cobrársela más tarde con decisiones discrecionales a su favor.

Por el contrario, si a quien se le pasan las copas es a un hombre o mujer sin poder político y/o económico, todo es diferente. Lo mínimo que se dirá de ellos es que son unos borrachos corrientes. Por supuesto deberán pagar su cuenta porque nadie más lo hará, y si es una mujer quien abandona el lugar de la fiesta como barco en altamar, los adjetivos y ofensas se multiplicarán.

Mientras los primeros se pusieron alegres e incluso son motivo de festejo, los segundos son unos borrachos de quinta.

Si un político contrae niveles de endeudamiento por encima de las posibilidades de su municipio, entidad o nación, dichos montos serán parte de los renglones a presumir en su publicidad e informes, todo ello con cargo al trabajo presente y futuro de los ciudadanos.

Una vez terminado su endeudado periodo, este político se retirará y su herencia será un pasivo generacional con un enorme déficit en transparencia y rendición de cuentas.

Pero si cualquier ciudadano se endeuda más allá de su capacidad de pago, más temprano que tarde deberá pagar o en caso contrario atenerse a las consecuencias de la ley.

Si no paga estará en riesgo de aparecer en el Buró de Crédito como un sujeto no confiable para el sector financiero. Sus teléfonos no dejarán de sonar, recordando su adeudo y si los plazos fatales se cumplen, sus alternativas son pagar con algún activo, en caso de que posea alguno, o bien enfrentar el rigor de la ley y sus consecuencias.

Así, el que endeuda generacionalmente a miles y miles de mexicanos, quedándose frecuentemente con una parte de esa “deuda” que pagarán otros, podrá irse a disfrutar sus “rentas” sin la menor preocupación sobre quién responderá a los acreedores. Nada de andar en búsqueda de meses sin intereses o de saldar las deudas que contrató, ya alguien más lo hará.

Una vez más: un alegre derrochador del dinero de los ciudadanos y contribuyentes, frente a un repugnante deudor que debe liquidar con su propio dinero lo que ha pedido.

No pretendo hacer de lado la responsabilidad de quien contrata deudas y debe legal y honestamente liquidarlas, pero es clara la inmensa distancia en las formas, fondos y consecuencias que enfrentan la mayoría de los mexicanos respecto a unos cuantos que con poder económico y político actúan sin consecuencias al margen de la ley.

Buena parte del futuro de nuestras familias y del país queda en manos del Poder Legislativo, porque frente a una buena ley no habrá distingos entre quien se pone alegre o borracho; o entre quien endeuda a miles y millones irresponsablemente y quien a título personal contrata un pasivo y debe liquidarlo a tiempo.

Todo ello en el centro de procesos electorales, lo que implica un desafío adicional y relevante.


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