¿Por qué gana el PRI?

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Cuando se observa cómo funcionan los sistemas políticos democráticos, lo que resalta es que los errores se pagan y los malos gobiernos suelen perder las elecciones. Si trasladamos el criterio a nuestro país, se puede ver que a pesar de todo lo que ha pasado, el PRI sigue siendo el partido a vencer: recuperó la Presidencia y mantiene el gobierno en la mayoría de los estados, que en estos momentos son 19 (59%). Así, con todo y lo que dejó una transición muy defectuosa y los cambios que se han dado en este siglo XXI, el PRI mantiene una parte considerable de su poder, con otros porcentajes, con viejos y nuevos mecanismos y, también, con mucha impunidad. ¿Cómo se explica el sistema político en México?

La democracia está en crisis como sistema, pero hay diferentes niveles y grados del desencanto y de la insatisfacción. En México ganamos el primer lugar en insatisfacción, según las últimas mediciones de Latinobarómetro. Los partidos políticos tienen un gran desprestigio, pero existen diferentes niveles de descomposición, por ejemplo, pocos países soportarían a una organización como el Partido Verde, principal aliado del PRI. En estos años el PRI pasó de ser un partido hegemónico a uno dominante y ahora forma parte de un sistema competido. ¿Cómo el PRI conserva el poder? Lo más visible resulta ser que el priísmo, en general, es la minoría más grande, salvo cuando perdió la Presidencia en 2000 y 2006. El PRI gana por las alianzas, por la maquinaria electoral, por las inercias y por la debilidad de las oposiciones. Un factor esencial de la maquinaria es el clientelismo y la compra de sufragios, sumado al voto priísta y la coalición de intereses dominantes que lo mantiene en el poder para que reproduzca la impunidad.

El caso de Colima ejemplifica de qué forma un PRI en minoría se levanta con el triunfo gracias a las alianzas que hizo con el Verde, el Panal y el PT. Cuando se trata de hacer alianzas, el tricolor no tiene empacho en unirse con cualquiera que le dé votos. Ese partido es tan pragmático como una cómoda pantufla que se acomoda con cualquier organización. Ha podido perfeccionar una maquinaria para producir votos buenos y malos; logró transformar el viejo corporativismo de los sectores en redes clientelares y generó un mercado tan amplio que se reproduce en la pobreza y la desigualdad del país. Las inercias se han vuelto un factor importante a medida que el desencanto crece y la insurgencia cívica desaparece. Quizá la parte más trágica de la historia es la debilidad opositora. Los otros partidos (de izquierdas y derechas) que han llegado a ganar puestos de elección no han marcado una diferencia importante frente al priísmo y muchas veces lo imitan.

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Cuando juntamos algunas piezas de los últimos días, tenemos el triunfo en Colima, la recaptura del Chapo, la detención-liberación de Moreira en Madrid y las malas noticias económicas en este muy movido inicio de 2016, podemos ver cómo el PRI nada de muertito para no hacer ruido. Ahora en 2016 habrá 12 pruebas para ver cómo se puede conservar el poder a pesar de tener administraciones que se caracterizan por la opacidad, la corrupción y el endeudamiento. En cinco de los 12 estados nunca ha habido alternancia (Durango, Hidalgo, Quintana Roo, Veracruz y Tamaulipas). Donde más ha crecido la deuda es en Chihuahua con un 236%, en Quintana Roo un 238% y en Veracruz un 115% (Reforma, 18/I/2016). Son la reproducción del caso de Moreira en Coahuila. Se trata de recursos cuyo destino no está claro, pero hay sospechas de que una parte importante de ese dinero es para gasto político, para campañas. Es probable que Moreira lo hiciera con Peña Nieto en 2012 (recordemos Monex y Soriana) y ahora estos gobernadores lo harán en sus estados y para el 2018. El PRI seguirá ganando mientras no haya contrapesos que puedan romper esa inercia, mientras no se logre construir una coalición con un liderazgo fuerte y apoyo ciudadano, mientras no suban los niveles de exigencia en contra de un partido que premia la corrupción y, por supuesto, mientras no se logre tener una oposición que haga la diferencia y fracture el pacto de impunidad que caracteriza el sistema político en México.


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