Afganistán

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Por: Julio Faesler

Desde la antigüedad, Afganistán ha sido el corredor de varios imperios, según algunos, el cementerio de muchos. Alejandro Magno de Macedonia, Gengis Khan o Tamerlain pasaron por ahí para llegar a la India que a su vez reyes afganos invadieron para fundar la dinastía Mogul.

La turbulenta historia afgana desde antes de la edad media hasta nuestros días es de constantes guerras entre tribus, emires y shahs algunos de ellos extranjeros,

El partido comunista se forma en 1965 y destronado el rey Mohammed Zahir Shah en 1973, se declara la república con el Partido Democrático Afgano del Pueblo, marxista-leninista, internamente dividido entre los radicales Khala los moderadosa Parsham,

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El presidente Amir Amanullah Khan cercano a la URSS moderniza el aparato comunista, suprime oposición, pero muere en otro golpe comunista con Nur Mohammad Taraki que proclama una nueva independencia basada en “principios islámicos, nacionalismo afgano y justicia socioeconómica” y firma un Tratado de Amistad con URSS.

Las rivalidades entre líderes conservadores islámicos y antiguas tribus opuestas a los cambios sociales estallaron en rebeliones armadas. Surge el movimiento guerrilla Mujahadeen en áreas rurales opuesto al sovietizante gobierno. Los pro-soviéticos, de áreas urbanas, llamaron a la Unión Soviética que invadió al país en 1979 suscitando la contundente reacción de Estados Unidos.

En 1988 el millonario saudita Osama bin Laden y otros líderes formaron Al-Qaida para continuar su jihad, guerra santa, contra los soviéticos o cualquiera que se opusiera a un régimen islamita fundamentalista.

Atribuyéndose haber vencido a la URSS, Osama manifestó que Estados Unidos era el obstáculo más grande a la formación de un estado islámico. Al año siguiente Al-Qaida bombardeó las embajadas norteamericanas en Dar es Salam y Nairobi.

El choque entre las tribus y fuerzas extranjeras motivaron los Acuerdos de Paz en Ginebra  por los Estados Unidos, Paquistán, Afganistán y la URSS “para garantizar la independencia de Afganistán” de 1989. Ahí se convino el retiro de 100,000 tropas soviéticas.

Los Mujahadeen siguieron resistiendo al régimen soviético, apoyado éste por el presidente comunista Mohammad Najibullah. Las guerrillas nacionalistas designaron a Sibhatullah Mojadidi como presidente de su gobierno en exilio.

En 1994 los Talibanes aparecen como una nueva milicia islámica, facción política paramilitar Sunni, los Talibanes y ganan el poder prometiendo paz. La mayoría del pueblo, cansado de sequía, hambre y guerra aprobó a los Talibaness que proclamaron los valores islámicos tradicionales; prohíbieron  cultivar la amapola para el comercio de opio, pero aplicaron las reglas más primitivas del Corán: amputaciones de castigo y ejecuciones públicas, incluso la del expresidente Najibullah. Prohiben la educación a mujeres que deben usar burqa y nunca salir solas a la calle.

En su fiebre iconoclasta, “por ser afrentas al Islam”, los Talibanes dinamitaron en 2001 las grandes estatuas en  Bamiyan. En ese mismo año destruyeron las torres gemelas en Nueva York lo que se atribuyó a Osama BinLaden. EUA y Gran Bretaña respondieron con ataques aéreos a Afganistán. En 2011, escondido Osama bin Laden en Abbottabad, Pakistán, un equipo especializado norteamericano lo caza y mata en 2011.

Los EUA no reconocieron a los Talibanes como un estado y. ayudados por el presidente Hamid Karzai, se instalan tropas para controlar al país.

En los 20 años que duró la intervención de las fuerzas de Estados Unidos murieron 2,300 soldados norteamericanos más de la OTAN. Al menos 55,000 civiles inocentes afganos perdieron sus vidas. El costo para Estados Unidos ascendió a más de 8,000 millones de dólares.

El intenso esfuerzo conjunto de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN nunca encontró un compromiso auténtico ni entre los líderes políticos ni mucho menos entre los incontrolables jefes tribales que, a lo largo de su historia, nunca se han sujetado a lideres foráneos.

La misión norteamericana se eternizaba sin vislumbrar ni fin ni fruto y menos detener a los Talibán con aspiraciones a instaurar un “califato mundial”.

Una guerra justa es la que se emprende con un fin, además de moralmente defendible, y con previsibles resultados de exito, sin costo exagerado en vidas ni sufrimiento humano y como último recurso para lograr su objetivo.  A esta luz mantener las tropas norteamericanas en Afganistán resultaba injustificable. El dilema se presentaba crudo y obligaba reconocer realidades desde una óptica ante todo humanista.

Sin duda que los Estados Unidos, y la OTAN, dejan al pueblo a merced de los Talibanes de temibles antecedentes por su acción de hace 20 años. Hay, empero, la posibilidad de que a lo largo de este lapso el pueblo afgano,  que registra una mayor escolaridad y que se encuentra cada vez más comunicado a través de redes sociales y del internet, haya desarrollado una capacidad efectiva  de oponerse a los abusos. Pese a los obstáculos, la población ya probó la democracia, y las mujeres por primera vez ocupan puestos públicos.

Para México el caso de Afganistán es de gran interés como ejemplo de la perspectiva siempre viva de superación de un pueblo por encima de la adversidad, incluso la de las autoridades arbitrarias.

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