El periódico The New York Times ha publicado recientemente un perfil detallado sobre Omar García Harfuch, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana en el gabinete de la presidenta Claudia Sheinbaum, resaltando su liderazgo en una de las ofensivas más agresivas contra los cárteles del narcotráfico en años recientes. El artículo, titulado «¿Puede este hombre derrotar finalmente a los cárteles de México?», describe a Harfuch como una figura central en la estrategia de seguridad nacional, consolidando el control sobre operaciones que incluyen intercambio de inteligencia con agencias estadounidenses. Esta cobertura confirma su posición como el miembro del gabinete con la mejor percepción pública, según encuestas y análisis independientes, en un contexto donde la violencia relacionada con el crimen organizado persiste como un desafío estructural para el país.
Harfuch, con una trayectoria en la Policía Federal y como jefe de la Secretaría de Seguridad Ciudadana en la Ciudad de México durante la administración de Sheinbaum como jefa de Gobierno, ha sido elogiado por su enfoque en la inteligencia y la coordinación interinstitucional. Medios locales han replicado esta narrativa, enfatizando que su gestión ha contribuido a capturas clave y a una mayor cooperación bilateral con Estados Unidos, incluyendo el intercambio de datos sobre rutas de fentanilo y lavado de dinero. Sin embargo, esta proyección positiva genera elementos de controversia, ya que críticos cuestionan si su énfasis en acciones represivas ignora las raíces socioeconómicas de la delincuencia, un debate que divide opiniones en foros académicos y civiles. Además, su supervivencia a un atentado en 2020 por parte del Cártel Jalisco Nueva Generación lo posiciona como un símbolo de resiliencia, pero también invita a polémicas sobre posibles infiltraciones en las fuerzas de seguridad.
En términos de imagen pública, encuestas como las de México Elige y Statistical Research Corporation lo sitúan como el favorito entre simpatizantes de Morena para la sucesión presidencial en 2030, con preferencias que superan el 30% en sondeos internos. Esta popularidad se atribuye a su perfil técnico y resultados en reducción de delitos de alto impacto en la capital, donde bajó los índices de homicidio en un 50% durante su tenure. No obstante, su ascenso despierta tensiones internas en Morena, particularmente entre los sectores «puros» o fundadores del partido, quienes priorizan perfiles ideológicamente alineados con la izquierda tradicional. En 2023, estos grupos influyeron en la encuesta interna que favoreció a Clara Brugada sobre Harfuch para la candidatura a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, argumentando que su hisotiral policial lo alejaba de los principios transformadores. Analistas observan que esta decisión reflejó pugnas por el control partidista, con acusaciones de «fuego amigo» y críticas por presuntos nexos históricos con figuras controvertidas como Genaro García Luna, aunque Harfuch ha negado tales vínculos.
Esta dinámica invita a la polémica sobre el futuro de Morena: ¿permitirán los puristas su avance hacia la presidencia, o priorizarán candidatos como Adán Augusto López o Ricardo Monreal? Harfuch, a sus 43 años, representa una generación pragmática, pero su posible candidatura en 2030 podría fracturar al partido si se percibe como una desviación del ideario original. Encuestas recientes indican que su apoyo popular trasciende bases partidistas, atrayendo a sectores moderados, lo que complica el panorama sucesorio. Observadores internacionales, como los citados en The New York Times, ven en él un puente con Washington, pero advierten riesgos de escalada en la guerra contra el narco si no se complementa con políticas sociales.
En resumen, el reconocimiento de Harfuch por parte de medios globales fortalece su estatus, pero expone fisuras en la coalición gobernante. Esta situación subraya la necesidad de un equilibrio entre eficacia securitaria y cohesión ideológica, en un México que busca estabilidad ante presiones internas y externas.
