De la mentirocracia a la mitocracia

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Por: Marcos Pérez Esquer

Al presidente López Obrador le encanta dar informes, cualquier pretexto es bueno para ello, sea el aniversario de su triunfo electoral, o del inicio de su gobierno, o lo que sea; de hecho, incluso las “mañaneras” son una suerte de ejercicios informativos, y no se diga las “vespertinas” que dictaba Gatell. Esta parecería una buena práctica, un ejercicio de transparencia y rendición de cuentas que hablaría muy bien del gobierno, sin embargo, en todos los casos se incurre en una grave falta: el uso de la mentira como mecanismo de ocultamiento y distracción.

No en balde Carlos Bravo Regidor ha definido a la “mañanera” como una “arma de distracción masiva”. Y sí, cuando no es la rifa del avión, es la exigencia al Rey de España de que pida disculpas por la conquista, o la proyección de un fragmento de la caricatura de Benito Bodoque, o la consulta para enjuiciar a ex presidentes. Todo, para no hablar de los verdaderos problemas del país. Pero el peor problema no son las cortinas de humo, los distractores, sino la mentira vil.

La mentirocracia, es decir, el gobierno basado en mentiras o encabezado por políticos mentirosos, no es un fenómeno exclusivo de México. Los Castro en Cuba utilizaron continuamente la mentira haciendo creer a la población que la precaria situación económica obedecía enteramente al bloqueo dictado por Estados Unidos; Maduro en Venezuela emula contidianamente la táctica castrista, como en su momento también lo hacía Chávez; Putin en Rusia, Boris Johnson en Inglaterra, Bolsonaro en Brasil, y Trump en Estados Unidos (incluso ya como ex presidente), echan mano de la mentira frecuentemente como parte de sus estrategias de comunicación. En esta línea se inscribe también, pero de manera agudizada, López Obrador. El común denominador de todos estos es el populismo. Podría decirse que al populismo le resulta indispensable mantener engañado al “pópulo”. Pero insisto, López Obrador lleva el asunto a un grado superlativo; en eso supera a todos los demás.

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Se podrá decir que en realidad todo político miente, y probablemente haya algo de razón en ello, al menos parcialmente, pero acá estamos ante otra cosa; es otro nivel; estamos ante una suerte de patología, ante un padecimiento que utiliza la mentira como refugio frente la realidad. Lo digo porque al menos nuestro presidente, cada vez que miente -y según un estudio de la organización Signos Vitales lo hace aproximadamente 80 veces diarias-, parece creer en sus propias palabras; parece estar convencido de sus aseveraciones. En psicología se dice que esa es justo la diferencia entre un simple mentiroso (que usa la mentira como herramienta) y un mitómano (que asume como ciertos, eventos que nunca ocurrieron). Su convicción de que en 2006 le hicieron fraude, es muestra de ello. Pero también están sus dichos en el sentido de que “se está pacificando al país”, que “ya no hay masacres”, que “ya no hay corrupción”, que “ya no hay impunidad”, que “se acabó el huachicol”, que “la pandemia ha sido bien manejada”, que “no hay desabasto de medicinas”, que “la economía está en franca recuperación”, etc. Se podría decir que si aquellos populistas constituyen mentirocracias, el lopezobradorismo instaura una mitocracia. Es decir, en tanto que el clásico populista usa la mentira como herramienta para ocultar la verdad o aparentar lo que no es, López Obrador la asume como real, son sus “otros datos”, una realidad alterna, un espejismo fantasioso, un delirio.

Paradójicamente, justo a este mitócrata se le ha ocurrido hacer un ejercicio semanal denominado “quien es quien en las mentiras de la semana”, en las que exhibe las que él considera mentiras de los medios de comunicación. Esto también demuestra que no es plenamente consciente de su mitomanía. Es el burro hablando de orejas.

Está convencido de que los datos de los especialistas, de la ciencia, de la razón, no son los válidos, sino sus “otros datos”, lo surgidos de sus creencias, de sus prejuicios, de sus rencores, e incluso de su ignorancia. Por eso desprecia a quienes estudian, a quienes basan sus afirmaciones en datos objetivos.

Decía Pat Moynihan que “todo el mundo tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos”. El presidente parece afirmar todo lo contrario: nadie tiene derecho a su propia opinión, porque él tiene “otros datos”. Pero cuidado, reivindicar el valor de la verdad es crucial para la salud del debate público y de la democracia. Como dice el papa Francisco, “no hay desinformación inocua, confiar en las falsedades puede tener consecuencias nefastas”.


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