2016, año de choques económicos y sociales

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Preséntase el nuevo año con muchos retos y aún más incógnitas de solución. Los tiempos por venir encierran crudos enfrentamientos económicos y políticos. A esto hay que añadir el dramático contraste cultural que obliga a Occidente a conciliar los avatares más recientes de tramas ideológicas heredadas de siglos atrás.

Los problemas con que se abre 2016 con el drástico desplome de los precios del petróleo o la inestabilidad monetaria son, en realidad, mucho menos trascendentes que el gran telón de incontenible violencia con que los fanáticos islámicos dominan el escenario mundial.

La intromisión en el Occidente del islam más agresivo es ahora más temible que cuando hace trescientos cincuenta años su ataque conquistador fue detenido a las puertas de Viena por las fuerzas del Sacro Imperio Romano, coordinadas por el rey Juan Sobiesky de Polonia. Años antes, en 1492, los musulmanes habían sido expulsados de España por las fuerzas de los reyes católicos, Fernando e Isabel.

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Hoy en día, el creciente predominio de la población musulmana en Europa y su creciente presencia en Estados Unidos es una nueva realidad que complica y reduce las posibilidades de reacción a un problema que no se reduce a parámetros militares.

Está de por medio el fanatismo con que ciertos grupos de musulmanes, claramente identificados e infiltrados en Occidente, interpretan algunos versos del Corán, como también pudiera hacerse con algunos capítulos de nuestro Antiguo Testamento. Las explicaciones académicas de poco sirven. Pese a todas las explicaciones hechas por los clérigos musulmanes, los crímenes de sus fanáticos seguidores todo lo desmienten. El choque entre culturas está planteado y definido, es real y frecuente.

¿Nos llega a México este asunto? Hace pocas semanas, un pequeño convoy con ocho turistas mexicanos fue confundido por el ejército egipcio que, creyéndolos yihadistas, lo aniquiló con la ferocidad de cualquier acción bélica. La disculpa ofrecida por el gobierno y una ligera explicación de una equivocación de la agencia de turismo no oculta que México puede, en cualquier momento, verse arrastrado a alguna coyuntura en la guerra religiosa y geopolítica que no tiene para cuando terminar. Por ahora, se vive un denso ambiente de miedo crudo que abraza a millones de individuos.

La reacción que nos corresponde a los países que profesamos la paz como solución a todo enfrentamiento militar, es reiterar nuestra fe en los valores superiores que unen a la humanidad en todos los ámbitos. No es fácil, pero es la única salida posible y eficaz.

Por esta razón, la declaración del papa Francisco de anteayer resalta, sobre todos los demás llamados de políticos o literatos, a la cordura y a la paz. El que todos los creyentes de las diversas religiones nos asumamos, dijo el Papa, como hijos de un Dios único y común es la llave de una hermandad real y efectiva.

Las dramáticas condiciones con que se inicia 2016 son como muchas otras en la historia. Pero ellas se agravan si nos damos cuenta de que los conceptos que sustentan toda su cultura y que el Occidente defiende están siendo insistentemente cuestionadas.

En efecto, no sólo están de por medio los valores sociales y políticos, como el aprecio a las fórmulas de la democracia, la libertad de expresión y el respeto a las creencias religiosas. Hay otro juego de valores en que se anclan nuestras costumbres y diarias reglas de convivencia social y, aun más, otro grupo de valores que definen nuestras relaciones interpersonales y de la definición misma de la familia como entidad que son cuestionadas y hasta bajo ataque.

Si queremos que prevalezca dicho conjunto de modos de ver la existencia humana, hay que saberlos defender clara y firmemente. Esto no es fácil en el escenario actual de laxitudes y permisividades que, además de dañar la solidez de nuestras estructuras sociales y políticas, destruyen a los ojos de los que las repudian su mismo atractivo y respetabilidad. Esta situación emerge por primera vez en el campo de los conflictos culturales.

2016 trae consigo un canasto de complicados encargos para los gobernantes, los líderes sociales y, desde luego, para nosotros mismos. Cada uno en su zurco entregado a su labranza por la paz, o en su trinchera defendiendo los valores superiores que unen a toda la humanidad.


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