¿Un día sin remesas?

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A Rocío García Gaytán,
con mi reconocimiento por su
valentía en la lucha por las mujeres.

En 2004 se presentó una película del director mexicano Sergio Arau que llevaba por nombre Un día sin mexicanos, en la que de manera irónica invitaba a reflexionar sobre lo que pasaría en un estado como California en Estados Unidos, si de pronto dejara de haber mexicanos. El caos era total. Formulemos la pregunta desde otra perspectiva. Si los mexicanos no estuvieran en Estados Unidos, no habría remesas. ¿Qué pasaría en México sin esas remesas? ¿Cuál sería el guión de Un día sin remesas?

En 2014, México recibió poco más de 23 mil millones de dólares de las llamadas remesas familiares, es decir, dinero que los mexicanos en Estados Unidos envían a sus familiares en México. Conceptualmente hablando, las remesas no son otra cosa que parte del salario que los mexicanos reciben en Estados Unidos y que como cualquier asalariado, lo entrega para la manutención de sus dependientes económicos y de su hogar. La diferencia operativa es que en este caso el dinero se deriva de un trabajo desarrollado en otro país y se transfiere a su hogar que está en México. Esto lo convierte en un ingreso de divisas y quizá por ello su monto se convierte en noticia nacional que es interpretada positivamente cuando aumentan y negativamente en caso contrario, y se compara con otras fuentes de divisas como el petróleo o el turismo, como si en o desde México hiciéramos algo o diéramos algo a cambio para atraer esos recursos, como sí lo hacemos con el petróleo o el turismo.

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En apenas 15 años dicha cantidad se ha prácticamente cuadruplicado y hoy es la segunda fuente de ingreso de divisas, después del petróleo y representa 50 por ciento más de los recursos que dejan 29 millones de turistas extranjeros que visitaron nuestro país en 2014.

Según estimaciones propias a partir de datos del Inegi, esas remesas llegan a 1.4 millones de hogares y sin ellas el número de pobres en México crecería en siete millones, distribuidos de manera muy concentrada en algunas entidades. Su contribución al combate a la pobreza y al desarrollo de México resulta evidente. Lo que es menos evidente es la importancia y el enfoque que como nación damos a este proceso.

¿Sabemos acaso si esas remesas son usadas eficientemente? Toda vez que en síntesis se trata de un salario, ¿hay esquemas para impulsar el ahorro o la constitución de fondos para pago de pensiones o el acceso a servicios básicos de salud o educación? ¿Siquiera son reconocidas como un salario por el sistema bancario? De tal manera que ¿otorguen acceso a créditos para adquisición de vivienda? Desafortunadamente la respuesta a todas estas preguntas es no.

El enfoque que tenemos de las remesas y que apenas rebasa a la nota periodística que reporta el dato mensual o anual, es una expresión más de lo alejados que estamos de valorar en su justa dimensión a la comunidad mexicana en Estados Unidos. Si por lo menos valoráramos las condiciones de vida y la estrechez económica que los mexicanos allá tienen que sufrir para enviar estas remesas, muy probablemente entenderíamos mejor las enormes aportaciones de los mexicanos en Estados Unidos.

El tema es aún más preocupante. Según el Pew Hispanic Center, de los mexicanos en Estados Unidos que nacieron en México, 54 por ciento envía remesas mientras que apenas lo hacen 17 por ciento de los mexicanos que ya nacieron en Estados Unidos, y digo que el dato es preocupante porque las tendencias demográficas apuntan a que los primeros, es decir los que envían, serán cada vez menos y los segundos, los que no envían, aumentarán cada vez más.

Ya nos tardamos, pero sin duda aún podemos hacer algo y desarrollar programas específicos para un mejor uso y aprovechamiento de las remesas. A diferencia de la película de Sergio Arau Un día sin mexicanos en Estados Unidos, que es ficción, Un día sin remesas en México será una realidad, y seguirán muchos más días en esa condición y no nos estamos preparando para ello.


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