Todo, menos su dignidad y su alegría

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Por: Diego Fernández de Cevallos

Hace días, en una charla con Carlos Alazraki, Ángel Verdugo y Javier Lozano, convoqué (principalmente a la juventud mexicana) a participar activa y generosamente de la vida política. En ese llamamiento fui específico en que es lícito y éticamente irreprochable desempeñarse profesionalmente en la política, si se tiene capacidad y vocación para ello, haciendo de esa actividad la única o principal fuente de subsistencia personal y familiar. Muchos hombres y mujeres, con decencia, talento y generosidad, han dedicado su vida al servicio político de México, percibiendo exigua dieta o remuneración, y renunciando a otros modus vivendi con menos sobresaltos y limitaciones.

En el mundo de las sotanas hay un refrán que dice: “Quienes viven para la Iglesia, que vivan de la Iglesia”. Mutatis mutandi, sería válido decir que quienes viven para la política, que vivan de la política. Sin embargo, no hay que olvidar que la vida dedicada al servicio público se caracteriza por las pasiones desbordadas y la incertidumbre: nadie tiene garantizada la permanencia, el ascenso y la justa remuneración. Por lo mismo, la inmensa mayoría de los que han hecho de la política una carrera, lo han logrado por su habilidad para aprovechar las oportunidades en el juego sucio de las ambiciones personales (o de grupo).

A diferencia del mundo de los deportes, donde se puede medir objetiva y fácilmente el desempeño individual, en la política los espacios suelen repartirse como consecuencia de mentiras, complicidades y traiciones, por lo que cabe el viejo consejo que se daba en tiempos de la Revolución Mexicana: “Cúbrete la espalda con un mezquite, porque las balas más peligrosas son las que vienen de atrás”.

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El futuro de un político de carrera siempre está en el lomo de un venado, y muchos se ven forzados a tragarse verdaderas ruedas de molino (por decirlo suavemente), pues para ellos resulta primero comer y “estar adentro”, que ser irreprochables. Por eso, la juventud no debe descuidar sus estudios, ni renunciar al empeño de lograr un modo honesto de vivir. Así les será más propicio desempeñarse con verticalidad, podrán resistir lo que inevitablemente enfrentarán, tendrán autonomía en sus definiciones y serán genuinamente serviciales sin caer en servilismos; gozarán de la inmensa satisfacción de entregarse a su tarea sin necesitar recibir nada y podrán enfrentar la adversidad sin un rictus de dolor, frustración o tristeza. Sólo así servirán realmente a México, e irán dejando atrás la juventud de sus cuerpos, pero no la de sus almas; sus adversarios podrán arrebatarles todo, excepto su dignidad y su alegría.

Pd. Presidente: Lo emplacé para que enviara una iniciativa que tipificara como delito el que los funcionarios mientan. Al menos, por cortesía, dígame que usted tiene “otros datos”.


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