¡Sólo pasa en México! ¿Ah sí?

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Cada vez que escucho o leo esta frase o similares, me da pena por la triste práctica mexicana de la auto-denigración nacional. Pensar y expresar que lo malo, lo indebido, lo ilegal, lo ilegítimo, lo peor de todo, es característica única de los mexicanos, es muy mala señal. Algo está mal en la mente de quienes lo piensan: es un grave complejo de inferioridad.

Lo primero que considero, es que se está haciendo a un lado un mínimo reconocimiento de la naturaleza humana. Las grandes virtudes y las peores debilidades del hombre son universales, no propias de ciudadanos de determinado país. En todo el mundo, y a través de la historia, los hombres han fallado y triunfado, y en las mismas conductas.

Una de estas malas prácticas mexicanas, que hace tiempo no escucho, es que en cuestión de tiempos, “pm” significa “puntualidad mexicana”, es decir impuntualidad. Por eso me hizo mucha gracia, estando en Lovaina, escuchar una conversación de compañeros peruanos, y fijar una cita. Así que uno de ellos preguntó: ¿hora peruana? Lo mismo pues, impuntualidad, pero diferente país.

Hablemos de corrupción. Quienes dicen que México es “el país más corrupto del mundo”, no tienen la menor idea de los índices de corrupción de otras naciones, que en esta plaga nos llevan mucha ventaja: corrupción a grandísima escala, acompañada de inmunidad a la misma escala: casi total.

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Si se trata de malos gobiernos, los que hay o haya habido en México palidecen frente a lo que sucede en otras naciones. Pregúntenles a los venezolanos, por ejemplo. Si alguien dice, y lo dicen muchos, que un gobierno en México es incompetente, ladrón, incapaz, y otras lindezas y es “lo peor del mundo”, están muy equivocados. Sucede en México, pero también en muchos otros países, y en mayor grado.

Los abusos del poder para beneficio personal o de grupo no son de forma alguna característica extrema de la mexicanidad, que nos haga los peores del mundo. Veamos cómo las quejas contra esos abusos están a la orden del día en el mundo: guerras injustas, persecuciones, ¡genocidio!, encarcelamiento de inocentes, censura de prensa, simulación grotesca de una supuesta democracia… en fin, la lista es muy larga. Y todo esto es practicado peor que en México.

Si hay quienes, muchos, por cierto, desobedecen las leyes y reglamentos, no son sólo mexicanos, los hay en todas partes, en algunas culturas poco y en otras parece ser la regla de vida.

Hay que insistir: las personas en México no somos diferentes del resto de la humanidad, tenemos defectos y virtudes. Si la cultura mexicana (que en realidad es un mosaico de culturas) tiene sus debilidades y malas prácticas, no son éstas peores que el resto del mundo, las compartimos. Igual sucede con las mejores virtudes.

El fatalismo y un gran complejo de inferioridad sí permean demasiado la mente de los mexicanos, no de todos pero sí de muchos. No podemos dejarnos llevar por este mal pensamiento. No se puede, por amor propio y sentido de identidad nacional, seguir calificando a México como lo peor del mundo, como para afirmar, categóricamente, que todo lo peor “sólo pasa en México”. Es mentira.

Curiosamente es simultáneo el orgullo de los mexicanos de muchas cosas buenas del país, como los éxitos en cultura, deportes, caballerosidad (todavía hay mucha), música, riqueza arqueológica, ciudades maravillosas y “pueblos mágicos”, la hospitalidad, el sentido de solidaridad familiar. En fin, también aquí la lista es larga: las virtudes de los mexicanos.

Si cada vez que algo malo pasa en esta bella nación mexicana van algunos a decir que eso “sólo pasa en México”, ¿por qué no dicen también, cuando algo muy bueno sucede en la misma, que eso tan extremadamente bueno “sólo pasa en México”?

Hay que hacer un gran esfuerzo por terminar con esa auto-denigración de tantos mexicanos, a quienes se le llena la boca para denigrar al país, terminar con ese complejo de inferioridad y acostumbrarnos a sentirnos orgullosos de la vida en México.

No se trata, de ninguna manera, de evitar señalar lo que está mal, lo que ciudadanos y gobernantes pueden hacer mal, pero hay que darle su justa dimensión, y no utilizarlo para sobajar al país diciendo que eso tan malo “sólo pasa en México”.

Se requiere un cambio cultural, que debe empezar por nosotros mismos y en la educación de la niñez mexicana. Porque de ninguna manera somos lo peor del mundo. El orgullo patrio se debe imponer a ese fatalismo humillante que, por cierto, se hace sin ayuda extranjera. Es una enfermedad originaria, que se puede curar, con sólo reconocerlo e intentarlo.


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