En los tres estados ningún partido obtuvo la mayoría absoluta
Berlín.— La política alemana se encuentra en shock por el desenlace de las elecciones del pasado fin de semana en tres regiones. Dirigentes y analistas expresan su estupor por el impacto que la nueva correlación de fuerzas podría tener en la estabilidad de la federación parlamentaria germana.
Una fuerza populista xenófoba, Alternativa por Alemania (AfD), superó sobradamente en dos Länder al legendario partido de los socialdemócratas (SPD) y redujo el espacio de maniobra a otra institución histórica, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), en donde fue la más votada. En los tres estados ningún partido obtuvo la mayoría absoluta. La situación obliga a los componentes del sistema a repensar el futuro de las coaliciones de gobierno que hasta ahora le han dado gobernabilidad al país.
En el hall de la sede central de los democristianos, ubicada en el Tiergarten, se vive la wahlabend (noche de elecciones) y se reciben las noticias de la jornada comicial con preocupación. He tenido la oportunidad de asistir en dos ocasiones a estos eventos; la primera en 1998, cuando el socialista Gerhard Schroeder venció al canciller Helmut Kohl y puso fin a sus 16 años de gobierno. La segunda este domingo. En ambas ocasiones he visto la mesurada actitud con la que los estrategas y pensadores demócratas cristianos asumen los malos resultados, pero esta vez percibo cierto aire de alarma.
El lunes escuché los análisis de Nico Langer, director suplente del Departamento de Política y Asesoramiento de la Fundación Konrad Adenauer y al doctor Klaus Schüler, director ejecutivo federal de la CDU; vale decir, el estratega en jefe del partido, brazo derecho de la canciller Angela Merkel.
Ambos coinciden en la siguiente valoración: se ha creado una situación complicada. El ascenso de los populistas de derecha es un fenómeno inesperado en la RFA; alcanzaron, de la nada, un considerable apoyo electoral; algo absurdo e inconcebible apenas pocos meses atrás, lo consiguieron exacerbando el rechazo a migrantes y musulmanes, con una feroz oposición a la política trazada por Merkel, de acogida humanitaria a los refugiados.
En las urnas no hubo un voto de castigo para la canciller. La economía alemana y el mercado laboral van bien y los candidatos de otros partidos que se posicionaron al lado de su línea prorrefugiados fueron los más votados. Son los casos de Malu Dreyer (SPD) en Renania-Palatinado y de Winfried Kretschmann (Partido Verde) en el Baden-Württemberg; esto, a despecho de sus colegas democristianos que presionados por el flanco derechista se distanciaron de la línea de su líder y perdieron. En Sajonia-Anhalt, donde el salto xenófobo ha sido mayor y alcanzó el 24% de los votos, la CDU sólo se redujo en 2 puntos y fue el partido con mayor votación: 30%. Ahí quien pagó la factura fue el SPD; quedó atrás de los extremistas antiinmigrantes.
El problema reside en que con esta fragmentación de fuerzas ninguna tiene los números suficientes para formar gobierno. La tradición de negociación entre fuerzas centristas y moderadas (CDU-SPD-Liberales) ahora es insuficiente.
Lo anterior anuncia una larga temporada de crispación política y debate polarizado. Faltan 5 elecciones locales antes de que termine el año y en 2017 se renovará el Parlamento federal. Todos entienden que después de los comicios del domingo 13 se terminó el tiempo tranquilo. Hay un nuevo ciclo de politización social, las minorías radicales han subido a la palestra. Será crucial la batalla por ampliar y solidificar el centro político, de ese margen no se saldrá Angela Merkel para triunfar en la siguiente elección federal, porque en ese campo se ubica la mayoría de los ciudadanos alemanes.
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