¿Seguir cayendo?

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Hay motivos de preocupación para quienes creemos que México necesita partidos políticos fuertes, bien estructurados, sensibles a las demandas sociales, que se distingan por sus ideologías, propuestas y estilos de gobernar, que se sometan —o sean sometidos— a la ley y que logren consensos que generen bienes públicos. Sin excluir a los candidatos “sin partido”.

No volvamos a hegemonías que registra la historia, ni a los caudillos, acompañados ahora con el siniestro aullido de: “al diablo las instituciones”.

Los jóvenes deben conocer nuestro pasado para justipreciar los avances, y tener conciencia del riesgo de entregar nuevamente el país al egoísmo y brutalidad de un hombre o grupo que, a sangre y fuego o mediante amenazas y corruptelas, dispongan de vidas, bienes, honras y derechos, vomitando otra vez la frase obscena de la pudrición: “la moral es el árbol que da moras”.

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Hace pocas décadas eran tres las únicas opciones para los disidentes: “destierro, encierro o entierro”.

Pues, a pesar de lo alcanzado, tenemos en las recientes elecciones más votos de castigo que premios y reconocimientos. ¡Cuidado! Es peligroso que se siga gestando en la sociedad su afirmación en la negación; ello enferma el alma del pueblo. Los electores tenemos derecho de exigir opciones que nos permitan decidir entre los y las mejores. No es saludable que, en algunos casos, el rechazo mayoritario hacia unos determine el triunfo de otros. Eso lleva al desfiladero, anuncia catástrofe y no es democrático. Por eso continúa la insatisfacción general, pese a la alternancia de personas y partidos, y a los logros de los gobiernos. Queda un sedimento de frustración. Algo anda mal.

Falta generosidad, lucidez, coraje y compromiso de gobernantes, partidos políticos y clase social privilegiada.

Serán insuficientes los avances logrados por ciudadanos y autoridades mientras la pobreza y la desigualdad aumenten  y no  se reduzcan los delitos y la impunidad.

Para superar esos males crónicos en nada contribuye el abuso que suelen hacer los partidos al judicializar, por verdadera incivilidad, los procesos electorales. Esperar el resultado para decidir si van o no a los tribunales es descarada deshonestidad, y más cuando la apuesta real implica ejercer en los jueces presiones contra la ley y la justicia.

Un caso patético lo vivimos hoy: apenas el PRI anunciaba al mundo que ganaría al menos nueve de las 14 gubernaturas en disputa, y que la oposición trataría de lograr en los tribunales lo que no le darían las urnas, ese PRI se amorena y nos informa que llevará a litigio las siete gubernaturas que perdió, porque en esos expedientes se acredita que todo fuefrijol con gorgojo” y “ni Obama lo permitiría”. ¿Y de haber perdido ocho o nueve qué habría decidido? Lo mismo: ¡“todas a litigio”!, o sea, tratar de doblegar las conciencias de los jueces. ¡Ojalá los tribunales resistan!

¡Ojalá alguien le diga al PRI que el caído debe levantarse, no seguir cayendo! Deben ser más los políticos inteligentes que acrediten honestidad.


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