Octubre ingobernable

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La ingobernabilidad no llega con un golpe ni con una guerra. Llega despacio, cuando el gobierno pierde fuerza, cuando las leyes se cumplen a medias y los ciudadanos aprenden a sobrevivir sin autoridad. Es ese punto en el que el Estado todavía existe, pero ya no gobierna. México está ahí.

Ese mes se dio a conocer el más reciente Índice de Estado de Derecho del World Justice Project: México ocupa el lugar 121 de 143 países. Desde que López Obrador llegó al poder en 2018, hemos caído veinticuatro posiciones. En justicia penal, en seguridad y en corrupción figuramos entre los peores indicadores del planeta. Es el retrato de un país donde el poder aún se ejerce, pero el orden ya no se impone. Y mientras los números se desploman, la realidad los ilustra con crudeza. Octubre lo dejó claro.

Las carreteras se llenaron de bloqueos de productores agrícolas por la falta de atención al campo. De Guanajuato a Sinaloa, miles de personas, niños, adultos mayores y familias enteras, quedaron atrapadas sin agua ni comida. Desde el gobierno se dijo que el problema estaba “resuelto”, pero el problema seguía ahí. A esas protestas se sumaron las de los piperos, los transportistas y hasta los trabajadores del SAT, violentados en sus derechos laborales.

Los encapuchados del 2 de octubre convirtieron la marcha en otra jornada de vandalismo violencia contra la autoridad ante el silencio del gobierno. En Culiacán, la gente vive en una zona de guerra: los enfrentamientos entre los Chapitos y los Mayos dejaron más de cuarenta muertos solo en la última semana. En Michoacán asesinaron a Bernardo Bravo, líder limonero que se atrevió a denunciar las extorsiones que asfixian al campo. El cobro de piso destruye la actividad productiva y comercial del país. México sangra por todos lados.

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Las lluvias de octubre inundaron poblaciones enteras y dejaron más de ochenta muertos. No hubo alertas, ni coordinación, ni responsabilidad. Una colérica Rocío Nahle aseguró que “solo se trató de ligeros desbordamientos de un río” y que “no había forma de anticiparlo”, desestimando la tragedia. Como si prever lo inevitable no fuera, precisamente, su trabajo.

Mientras los gobernadores actúan a sus anchas, como virreyes, Estados Unidos retira visas a políticos de Morena por presuntos vínculos con el narcotráfico. Las aerolíneas cancelan vuelos desde el AIFA porque el capricho del expresidente rompió acuerdos internacionalesTrump afirma que en México no mandan los gobiernos, sino los cárteles. Y Washington ya lanza misiles contra narcolanchas frente a nuestras costas.

Octubre también exhibió los silencios que más pesan. Adán Augusto López, al tiempo en que posa alegre en fotografías junto a su amigo el secretario de seguridad, arrastra gravísimos señalamientos por corrupción y tráfico de influencias, además de sus vínculos con el grupo criminal La Barredora. Paralelamente, el “huachicol fiscal”, el fraude del siglo que combina contrabando y facturación simulada de combustibles, sigue con carpetas abiertas en la FGR sin sanción alguna para funcionarios de alto perfil. La presidenta habla de “cero impunidad”, pero no deslinda responsabilidades ni castiga a los suyos. Frente a Palacio, todo puede pasar sin que pase nada.

Claudia Sheinbaum parece ausente. No tiene las riendas del país. Ni en su propio partido le obedecen. Habla de austeridad mientras sus correligionarios viajan en jets privados, compran relojes y accesorios de alta gama y presumen vehículos y residencias de lujo, en la mayoría de casos de origen inexplicable. La presidenta impulsa el fin del nepotismo, pero los legisladores de su partido patean su iniciativa para impedir que los familiares de políticos hereden cargos. Cada quien gobierna su pequeño reino. El discurso oficial repite que hay rumbo, pero lo único visible es el desorden.

Eso es la ingobernabilidad: cuando el poder deja de inspirar respeto y el gobierno se convierte en espectador. Cuando las instituciones están, pero no funcionan. Cuando la autoridad habla y nadie escucha.

Octubre fue solo un mes, pero dejó la radiografía completa de un país sin timón y navegando a la sombra del expresidente. Y hoy, en este México que parece marchar solo, sin rumbo ni dirección, la ingobernabilidad gobierna.

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