Moscú-Roma-La Habana-Washington

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Las imágenes del reciente coloquio del papa Francisco con el presidente de Cuba, Raúl Castro, rubrican el éxito de una jugada diplomática de hondo calado con repercusiones en diversos ámbitos.

A su retorno de la capital de la Federación de Rusia, en la que asistió a la conmemoración del 70 aniversario de la victoria del Ejército Rojo y Los Aliados sobre las fuerzas nazis, el jefe de Estado cubano hizo escala en la sede pontificia para agradecer a Su Santidad la mediación en el descongelamiento de las relaciones entre Estados Unidos y el régimen comunista que encabeza, y para conversar sobre la visita pastoral de tres días que hará a la isla el próximo mes de septiembre.

Los periplos del papa Bergoglio y de Raúl Castro cruzan fronteras antes infranqueables, pasan frente a las ruinas de los muros y bloques edificados durante el bipolarismo de la posguerra y anulan los estilos duros y las formas hieráticas de sus artífices. Basta ver la sonrisa amigable con la que se despidieron (EL UNIVERSAL, 11/05/) y las expresiones de satisfacción, sin rigidez protocolaria, de uno y otro después de su plática. Bergoglio narra a un compatriota exiliado en Suecia: “Misión cumplida, he recibido a Raúl Castro dos minutos más que a Obama…” (A.Beltramo, Vatican Insider, 11/05/). Por su parte el presidente Castro confesó a la prensa italiana estar “impresionado por su sabiduría y modestia” y que si “sigue hablando así les aseguro que yo terminaré rezando nuevamente y volveré a la Iglesia Católica, y no lo digo en broma”. Informó que probablemente el 28 de este mes Estados Unidos borre a su país de la lista de países terroristas. Todo indica que el final de esta resaca de la Guerra Fría sigue con buenos augurios, como ya los hubo en el encuentro Obama-Castro en la VII Cumbre de la Américas de Panamá hace cuatro semanas.

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Actor poco mencionado en esta trama ha sido el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana. Según algunos observadores él ha sido el artífice de esta historia, quien con “una paciente búsqueda de diálogo desafió oposiciones y críticas, tanto en Cuba como en Miami e incluso en Roma, dónde el purpurado no siempre tuvo las puertas abiertas, como ahora, con el Papa argentino…” (A. Metalli, Vatican Insider, 27/03/).

El cardenal Ortega habría aplicado en este esfuerzo las enseñanzas de uno de los más agudos diplomáticos que tuvo la Santa Sede en las últimas décadas: Agostino Casaroli (1914-1998). A partir de los primeros esfuerzos de Juan XXIII por abrir la comunicación con los regímenes del bloque soviético, y como responsable del seguimiento de esta línea durante el pontificado de Paulo VI, diseñó la ostpolitik vaticana. Fue duramente denostado pero no por ello dejó de proseguir sus objetivos. Casaroli llamó a su estrategia “el martirio de la paciencia”. Sabía que tenía que pasar por la incomprensión de los suyos y las trampas y engaños de sus interlocutores, pero que a la larga su trabajo rendiría frutos, como en efecto se obtuvieron abundantemente con Juan Pablo II.

El cardenal Ortega sostiene que la restauración plena de la libertad en Cuba pasa, como dijo Karol Wojtyla en 1998, por “que Cuba se abra al mundo, que el mundo se abra Cuba” . Al manifestar su alegría por el inicio de las pláticas para normalizar las relaciones entre su país y Estados Unidos puso el acento en las otras dimensiones de ese proceso: “Esperamos que pueda producirse un acuerdo a nivel de la Santa Sede con el Estado cubano sobre la iglesia en Cuba, en el que se recoja todo lo alcanzado, se precise que eso se mantendrá para siempre y quede, además, un marco abierto para seguir adelante…” (Palabra Nueva, 25/03).


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