La pregunta resuena en el debate político mexicano: ¿es Morena el nuevo PRI? Las similitudes entre el partido gobernante y el otrora hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI) son inquietantes y evidentes, especialmente en su afán por consolidar una hegemonía política y proteger a sus militantes frente a escándalos de corrupción. Este análisis explora cómo Morena, bajo la batuta de líderes como Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y ahora Claudia Sheinbaum, parece replicar las estrategias que hicieron del PRI una maquinaria política dominante durante el siglo XX.
«Te pareces tanto al PRI»
La irrupción del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) como la fuerza política dominante en México ha revivido un debate recurrente en el análisis político: ¿se asemeja Morena al Partido Revolucionario Institucional (PRI) de su época hegemónica? La pregunta, a menudo utilizada como crítica, no solo refleja un temor a un retorno al pasado autoritario, sino que también subraya la necesidad de un análisis objetivo de las dinámicas de poder actuales en el país.
El PRI de la posrevolución y Morena en la actualidad comparten, a primera vista, la aspiración de ser un partido de Estado, capaz de controlar los distintos niveles de gobierno. El PRI construyó su hegemonía a lo largo de siete décadas (1929-2000), una «dictadura perfecta», en palabras de Mario Vargas Llosa, que consolidó el poder presidencial, subyugó al Poder Legislativo y al Judicial, y utilizó el control social y corporativo para mantener su dominio. Hoy, Morena, en un periodo mucho más corto, ha logrado una presencia electoral sin precedentes, obteniendo la presidencia, mayorías en el Congreso y un número significativo de gubernaturas. Este poder concentrado es lo que más inquieta a los críticos y lo que genera la comparación con el antiguo PRI, por las siguientes razones:
Primero, la ambición hegemónica. Durante su apogeo, el PRI controlaba el poder presidencial, el Congreso, los gobiernos estatales y hasta los sindicatos, asegurando una supremacía casi absoluta. Morena, tras arrasar en las elecciones de 2018 y 2024, ha capturado la presidencia, la mayoría en el Congreso y 23 de las 32 gubernaturas al cierre de 2025, según datos del Instituto Nacional Electoral (INE). Esta expansión recuerda al PRI de los años 70, cuando su dominio era indiscutible. En redes sociales, usuarios como @PoliticoMX en X han señalado que Morena busca «copiar el manual priista», cooptando instituciones como el INE y presionando por reformas que debiliten contrapesos, como la reciente propuesta de eliminar organismos autónomos en octubre de 2025.
Segundo, la defensa a ultranza de los suyos. El PRI era conocido por cerrar filas ante acusaciones de corrupción, desde los «moches» hasta los desvíos masivos. Morena no se queda atrás. Casos como el de Pío López Obrador, captado recibiendo sobres con dinero en 2019, o las acusaciones contra Adán Augusto López por presuntos vínculos con contratos irregulares, han sido minimizados o atribuidos a «campañas de desprestigio». Un informe de Transparencia Internacional (2024) señala que México ha caído al puesto 126 en el Índice de Percepción de Corrupción, en parte por la falta de sanciones a figuras de alto perfil. En foros de Reddit, usuarios comentan: «Morena dice ‘no hay pruebas’, pero los videos y audios están en todos lados. Igualito que el PRI».
Tercero, el control del discurso. El PRI usaba medios tradicionales para moldear la narrativa; Morena aprovecha las redes sociales y las «mañaneras» para imponer su verdad. Según un análisis de la UNAM (2025), el 65% de los mexicanos percibe que el gobierno de Sheinbaum manipula información para proteger su imagen, una táctica que evoca al viejo régimen. Sin embargo, hay diferencias: Morena se apoya en un discurso de justicia social, mientras el PRI apelaba al nacionalismo revolucionario.
Sin embargo, las dinámicas de ambos partidos se desarrollan en contextos radicalmente distintos. El PRI operaba en un sistema de partido prácticamente único, donde la competencia electoral era limitada y las decisiones se tomaban en las cúpulas. La «unidad» del partido era un valor supremo, y las luchas internas eran resueltas por el presidente en turno, quien se convertía en el «jefe máximo». En contraste, Morena surgió en un sistema de partidos multipartidista, con instituciones electorales autónomas y una sociedad civil mucho más plural y crítica. Aunque la figura de Andrés Manuel López Obrador fue central en su fundación, el partido enfrenta constantes tensiones internas y facciones que buscan influir en su rumbo.
Otro punto de comparación es la percepción de la corrupción y la impunidad. El PRI fue históricamente señalado por casos de corrupción sistemática, y sus militantes gozaban de una suerte de «inmunidad» partidista. De manera similar, Morena ha enfrentado acusaciones de corrupción contra sus miembros. Aunque el discurso del actual gobierno se centra en el combate a este flagelo, los analistas señalan una aparente defensa de militantes acusados, lo que evoca la antigua práctica priista de proteger a los propios, lo que resulta en una contradicción con el discurso oficial y mina la credibilidad de la «Cuarta Transformación».
Finalmente, las diferencias ideológicas son notables. El PRI se definía como un partido de la Revolución Mexicana, unificando a diversos sectores sociales bajo una amplia plataforma nacionalista y corporativista, y su pragmatismo le permitía adoptar posturas de centro, izquierda o derecha según lo exigiera el momento. Morena, por su parte, se identifica como un movimiento de izquierda que busca una «transformación profunda» a través del bienestar social y la redistribución de la riqueza, aunque su agenda ha sido criticada por algunos como una regresión en términos de desarrollo económico e institucional.
En conclusión, si bien Morena y el PRI comparten la ambición de un poder hegemónico y enfrentan cuestionamientos sobre la rendición de cuentas, las similitudes son superficiales. El contexto político, social y mediático de hoy es radicalmente diferente al del siglo XX. El PRI pudo sostener su hegemonía durante décadas gracias a un sistema cerrado. Morena se ha consolidado a través del voto popular en un sistema democrático, aunque persisten los desafíos de la transparencia, la pluralidad y el respeto a las instituciones. El verdadero reto para Morena no es si se convierte en el nuevo PRI, sino si puede mantener su dominio sin caer en las mismas prácticas que el tiempo ha demostrado ser insostenibles para la democracia.
¿Es Morena un calco del PRI? No del todo, pero las similitudes –hegemonía, protección a corruptos, control narrativo– son innegables. La gran pregunta es si Morena consolidará un sistema unipartidista o si los contrapesos democráticos, debilitados, pero aún presentes, evitarán un retroceso al pasado. Mientras tanto, el espectro del PRI sigue rondando Palacio Nacional.
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