Mi amigo Federico, su libro y yo

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La sola invitación a la presentación del libro “Memorias de un Embajador”, de Federico Ling Altamirano, hecha por su maravillosa mujer, Mercedes, vía correo electrónico, trajo a mi memoria gratos recuerdos de mi buen amigo Federico. Pero la presentación del libro y su lectura recién terminada, los enriquecieron.

Lo vi por última vez recién llegado a México al término de su encargo como embajador ante la Santa Sede. Ese miércoles primaveral de 2013, parecía una reunión más del Consejo de Plumas Azules en el CEN del PAN, pero bien temprano vemos llegar ni más ni menos que a Federico Ling, como tantas veces lo había hecho años antes. Su presencia cambió el tono, pues junto a las manifestaciones del gusto de volver a verlo estaba la andanada de preguntas sobre su experiencia en el Vaticano.

Al terminar la reunión, alguien solicitó un taxi que lo llevara a casa, así que lo acompañé a la puerta y en la acera conversamos un poco. Me habló de sus problemas de salud en Roma, entre otros temas. Llegó el taxi y nos despedimos. Fue la última vez que platiqué con él.

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Su filiación con este grupo de periodistas que buscamos por la pluma y la palabra llevar a otros los valores doctrinales de Acción Nacional, y opinar sobre lo social, económico y político de la República, lo refleja en un párrafo de su libro, hablando de su retorno a México. Lo transcribo enseguida.

“Yo me di una vuelta por la reunión de “plumas azules” con el infaltable Esteban Zamora, Salvador Reding, Julio Faesler, Iván Paoli, Hugo Díaz, Rosa María Cantero, Salvador Vega, y algunos más. Este grupo de escritores y editorialistas encargado de juntar opiniones y recomendar líneas y temas unificados; hace una meritoria labor en bien del Partido”,

Mientras fue senador de la República, nos reuniones muchas veces en un Café Sanborns, cerca del CEN panista, tres buenos amigos a conversar de todo, no sólo de política: Federico Ling, Silvino Silva (director de La Nación) y yo. Algo teníamos en común, amén de la vida partidaria, el haber sido formados y vivido como dirigentes en la ACJM. Con este antecedente, la unidad de criterios y valores, la amistad y compañerismo en la vida política eran sólidos de origen.

Ya como embajador, tuvimos algunas veces, dada su carga de trabajo, algunos intercambios de pequeños comentarios vía correo-e, como para agradecerme una foto que le envié, tomada del televisor en una entrevista que le hicieron.

En alguna ocasión, llegué al Café y me dice Federico “no te vayas a ir, mi mujer quiere conocerte, pues le gustó mucho un artículo tuyo en La Nación, sobre indigenismo, del que sacó copias y las repartió entre sus amigas”. Y así conocí a Mercedes Sanz Cerrada.

En el primer mensaje de correo-e que desde la cuenta de Federico me envió Mercedes sobre la presentación del libro de Memorias, me instaba a invitar a los demás miembros de Plumas Azules a la presentación, pues Federico nos había tenido especial cariño como parte del grupo. Por supuesto que lo llevé a cabo gustosamente enseguida y se lo hice saber.

Por esas fechas de la senaduría Federico tuvo su infarto, que casi acaba con él, durante la noche. Vivía pared con pared en sendos departamentos en la avenida Coyoacán con Silvino Silva. Pidieron Silvino y el hijo de Federico un taxi para llevarlo a un hospital, me contó Silvino, y Federico le pidió que lo llevaran a Médica Sur, pero él le dijo que no, que lo llevarían a un hospital del IMSS a unas cuadras de allí. “No me atreví a decirle a Federico que si íbamos a Médica Sur probablemente no llegaría vivo”, me dijo luego. Como un año después se lo conté a Federico y me respondió que Silvino había tenido razón.

Entre los textos poéticos de su autoría que la familia incluyó al final de este libro de Memorias, me llamó la atención algo que reflejaba su espíritu apostólico y de buen ciudadano, por llamado divino:

“Por amor vine al mundo, ciertamente,
a un mundo no perfecto ni terminado;
tal vez Dios nos concedió a unos pocos
o muchos –pero suyos- las antorchas
para incendiar de amor su sembradío.
‘Lascia mi dare amore. ¡oh. Dio!’”

Me dijo Mercedes, tras la presentación del libro en el Senado, que sería bueno escribir y reunir anécdotas que sus amigos tuviéramos sobre Federico, para circularlas luego. Esta es mi parte.


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