Los retos del PAN

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El discurso político tiene un lenguaje prescriptivo, incurre en propuestas y en el deber ser. Por lo tanto, siempre habrá una distancia entre el decir y el hacer. El PAN debe corroborar en la política cotidiana que los principios y las ideas orientan y sirven.

La inteligencia política consiste más en comprender que en saber.
Isaiah Berlin

Algunos estudiosos han atinado cuando sostienen que la política ya no es lo que solía ser. Una vez más se evidencia lo difícil que es consolidar una auténtica democracia. La globalización, la desideologización, nuevas formas de comunicación, la corrupción, la impunidad, la falta de resultados han provocado malestar en la ciudadanía y han debilitado la convicción democrática.

El PAN, surgido desde la ciudadanía, sin el apoyo del gobierno y con una doctrina muy clara, en principios y fines, confió siempre en cambios pacíficos y graduales. Aprovechó todas las oportunidades para ir logrando reformas hacia la transición democrática. Al llegar al poder, lo ejerció con claroscuros.

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Después del pésimo desempeño de los tres últimos dirigentes panistas, en la asamblea extraordinaria del sábado pasado se sembró una esperanza de cambio en sus militantes: el rescate y la regeneración de una institución útil a México y cuyos ideales tienen plena vigencia.

El discurso de Ricardo Anaya transmitió entusiasmo y optimismo. Citó a Gómez Morin: “Sí, México tiene enormes problemas, pero a nosotros los panistas no nos van a encontrar del lado de los que quieren hacer más grandes los problemas…”. Agregó: “Por el bien de México, ni más priismo de los viejos tiempos, ni el estatismo depredador de López Obrador”.

A las palabras deben seguir las grandes acciones. Conciliar principios y hechos constituye el mayor desafío. Se hicieron cambios a los estatutos, quitando prohibiciones absurdas. El trabajo es sustentar de nuevo una sólida cultura política. El PAN le dio prioridad a la capacitación desde sus orígenes. Muchos de sus ideólogos recorrieron el país sembrando ideas y transmitiendo la semilla del humanismo político y del compromiso de participar e involucrarse en la política. Estas tareas han ido disminuyendo. Prevaleció la obsesión por el triunfo electoral sin reparar en los medios ni en la calidad de los candidatos.

México vive una paradoja. Nunca la política ha alcanzado tal desprestigio y nunca como hoy existen tantos partidos políticos y tantos aspirantes a los cargos públicos. Habría que hacerse una pregunta crucial: ¿la política atrae a tantos ciudadanos porque estos están dispuestos a reivindicarla o por ser una forma de alcanzar poder y obtener recursos? Percibo, por desgracia, que la mayoría obedece a la segunda opción. Los hechos lo confirman. Por eso el PAN tiene que demostrar ser una opción distinta. Ése es el núcleo del discurso de Anaya. Habrá que esperar resultados.

El discurso político tiene un lenguaje prescriptivo, incurre en propuestas y en el deber ser. Por lo tanto, siempre habrá una distancia entre el decir y el hacer. El PAN debe corroborar en la política cotidiana que los principios y las ideas orientan y sirven. La ética obliga a un saldo favorable.

En la asamblea, el presidente del PAN convocó a la unidad y las formas se guardaron. Sin embargo, es imprescindible un trabajo fino y profundo de reconciliación sin incurrir en complicidades. El desempeño de sus líderes es fundamental para darle de nuevo credibilidad a la política.

En fechas recientes cuatro partidos cambiaron de dirigencia. Me entusiasma que dos de ellos sean hombres de ideas que le dan calidad y asideros a la política. Por desgracia, los otros dos nos remiten al México que ya no queremos. Son una especie que quisiéramos ver en estado de extinción.

Dura tarea la del nuevo dirigente panista. Los militantes de ese partido debemos concederle crédito a sus intenciones. Si se pierde esta oportunidad, el daño a la institución sería irreparable.


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