Los medios ante la Restauración

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La salida del aire de Carmen Aristegui parece una arrebatada decisión empresarial, una afrenta a su audiencia, un problema adicional para un gobierno cuestionado, un nuevo golpe a nuestro precario sistema de equilibrios. Si tiene elementos de verdad el argumento de que se trata de un pleito entre particulares, es innegable que tiene repercusiones políticas. El espacio de Aristegui no es el único islote de crítica en el charco de aplausos y silencios de nuestros medios pero ha sido desde hace tiempo una tribuna independiente de denuncia que es, en estos tiempos, insustituible.

A dos años de la segunda alternancia puede decirse sin exageración que está en marcha un proceso restaurador. No es, naturalmente, una reposición ladrillo a ladrillo del antiguo edificio. Es una habilidosa adulteración de los dispositivos democráticos en beneficio de la coalición gobernante. Lo que puede detectarse es el afán de reconstruir un modelo de eficacia consensual capaz de eludir contrapesos y torcer reglas. El ensayo restaurador camina en el descaro de una corrupción que empieza desde lo más alto; en la degradación de las instancias de neutralidad; en la capitulación de las oposiciones. También en la intimidación de la prensa, en su pasividad. ¿Puede negarse el realineamiento de los medios para respaldar, de manera burda o disimulada al gobierno? Valdría hacer un simple comparativo de las primeras planas de hoy y de hace seis o diez años. La severidad con la que la prensa trató a los gobiernos panistas contrasta con la benevolencia con la que cubre al gobierno peñista. Hace unos años había indignación por el precio de unas toallas o de unos colchones. La revelación cubría pronto todos los periódicos que se sumaban a la crítica. Hoy los escándalos inmobiliarios de la familia presidencial y su círculo inmediato se relegan a páginas interiores, enmarcados siempre por la versión oficial. El cuento del triunfalismo reformista marca el tono de la prensa. La narración de los medios hace eco de la historia que el gobierno quiere contar de sí mismo.

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Soy injusto: hablo de la prensa como si fuera un bloque compacto; de los medios como si hablaran con una sola voz. No es así. El pluralismo de los medios es innegable. Hay en la prensa escrita, en radio y en televisión espacios para el cuestionamiento. Hay también nuevas fuentes de información, de queja, de denuncia que escapan de los ductos tradicionales. Creo, sin embargo, que el paisaje de nuestros medios se ha encogido, que la diversidad es hoy menos rica que hace unos pocos años, que las plataformas de la crítica se cuentan con los dedos de una mano. Encuentro en la televisión, en los periódicos, en la radio una preocupante confluencia hacia el oficialismo. Nuevamente es la prensa internacional la que hace el trabajo elemental de revelar lo que se desea oculto. Después de haberse tragado el cuento del México que ya cambió, hoy leemos en medios extranjeros los reportajes que no encontramos en la prensa mexicana. No digo que sean particularmente imaginativos, digo que hacen las preguntas y las investigaciones elementales y que son, otra vez, una fuente que llena en México el vacío que la prensa mexicana abre.

Es en este contexto que se da la salida del aire de Carmen Aristegui. Si los espacios de la crítica abundaran, si las ondas del radio estuvieran cargadas de periodismo independiente, de reportajes que develaran lo que el poder esconde, su salida habría sido un simple movimiento en un medio de comunicación como los que suceden cotidianamente en todas partes. Un conflicto entre particulares. En este momento, es imposible dejar de insertar ese cambio en el proceso de involución democrática de México. Es que su trabajo se ha convertido en emblema de independencia y posición crítica. Su periodismo inquiere, investiga, denuncia. Periodismo incómodo, sin duda. Cuestionable, también. El rigor periodístico cede con frecuencia a los impulsos del activismo. Pero, vale preguntar, ¿hay periodismo que no se viva como causa? En su activismo veo el origen de su méritos y también de su defectos. De la pasión de la activista proviene el valor y la determinación de encarar los poderes de gobiernos y empresas. También de ahí proviene, seguramente, su parcialidad, su monomanía. Como sea, su trabajo se ha convertido en parte de la historia que se hace todos los días.

En tiempos de incredulidad, la desaparición de un espacio de crítica independiente es una catástrofe. No es necesario sumarse a la lógica conspiratista para advertir que la ausencia de Carmen Aristegui del aire empeora severamente el clima público de México.


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