Los huracanes y el ordenamiento territorial

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Buen susto dio el huracán Patricia que al final, por varios factores, no generó los daños esperados en su paso por varios estados de la República. Mucho ayudaron los avances del Servicio Meteorológico Nacional, los cuales permitieron revisar minuto a minuto el progreso de este huracán; igualmente, las acciones preventivas organizadas desde el Centro Nacional de Prevención de Desastres, así como de las autoridades locales de Protección Civil, evitaron lo más importante, que no se haya registrado pérdida de vidas humanas.

La cobertura en medios de comunicación nos permitió ver en tiempo real las dimensiones impresionantes del ciclón tropical y sobre todo, el alto riesgo que representaba para la población un huracán de categoría cinco, la más alta en la escala Saffir-Simpson. Esta categoría tiene vientos con velocidad superior a los 300 kilómetros por hora, con capacidad para arrancar árboles, derribar construcciones, todo tipo de estructuras y mobiliario urbano.

Es importante recordar que el “generador” de los ciclones tropicales está en la temperatura superficial de los océanos y que en esta temporada ha estado por encima de la media estadística; un fenómeno al que se le conoce como El Niño.

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La investigaciones sobre “calentamiento global” demuestran que el efecto directo en los océanos de la Tierra, además del incremento de nivel provocado por el deshielo, será también el aumento de la temperatura superficial, por lo que se puede concluir que los ciclones tropicales aumentarán su frecuencia e intensidad.

Sin embargo, los huracanes son fenómenos naturales que también traen consigo grandes beneficios, pues son gigantescos transportadores de agua que en un solo evento pueden cambiar radicalmente la situación de sequía de grandes extensiones del territorio. Es por ello que no sólo debe analizarse su capacidad destructiva, pues éstos fenómenos ayudan a la recarga de los acuíferos, presas y lagos; la lluvia que traen genera riqueza en las cosechas; y en general aumentan la humedad y mejoras en el clima. Por ejemplo, el noroeste de México no podría vivir sin los huracanes.

Ahora bien, si observamos más detalladamente los daños ocasionados en el paso de estos fenómenos, veremos que se deben principalmente a la mala planeación en los asentamientos humanos y a la pérdida de los ecosistemas naturales, lo que incrementa el nivel catastrófico.

Civilizaciones antiguas conocían muy bien estos fenómenos y por eso los grandes asentamientos humanos los fincaban tierra adentro. Respetaban los manglares y selvas bajas y se daban cuenta de la protección que los cobijaba frente a fuertes huracanes y tormentas. ¿Cómo es posible que nosotros en pleno siglo XXI, con toda la tecnología y conocimiento a nuestro alcance, hagamos exactamente lo contrario? Nos empeñamos en construcciones “frente a la playa”, destruyendo el espacio de las dunas costeras; arrasando con manglares y lagunas, sin entender que son vitales para la protección de la costa y un verdadero “amortiguamiento” frente a la furia de los vientos.

El Programa de Ordenamiento Territorial que emite la Semarnat, obliga a estados y municipios a respetar la vocación de los distintos usos del suelo en sus Planes de Desarrollo Urbano, lo cual evidentemente no se está haciendo. La Sedatu tiene una tarea enorme que consiste, precisamente, en poner orden de una vez por todas.

Los graves daños que provocan los huracanes no son tanto por su fuerza destructiva, como por la irresponsabilidad y corrupción de autoridades ineptas que en lugar de cumplir con sus obligaciones, lucran autorizando y promoviendo asentamientos donde no se debe y no actuando frente a abusos e invasiones de todo tipo donde debieran hacerlo.


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