Antes era un partido que cuidaba las formas, con cierto sentido de responsabilidad, la postulación de candidatos obedecía a la posibilidad de hacer un buen gobierno.
Hechos y personajes en la historia aparecen dos veces: una vez como tragedia y la otra como farsa.
Carlos Marx
Pascal Beltrán del Río habla del “homo priistus (…) que sobrevivió la expulsión del PRI de Los Pinos”. Sin embargo, el priista del siglo XX es diferente al del siglo XXI.
El PRI nace de un evento trágico: el asesinato de Álvaro Obregón (17/07/28), el cual obliga a Plutarco Elías Calles a convocar, mes y medio después, a la conformación de un sistema político que transitara del caudillo y de los hombres indispensables al país de leyes e instituciones. Invitaba, inclusive, a formar otras organizaciones políticas. Calles traicionó sus palabras con su propósito de mantenerse en el poder a través del llamado “Maximato”.
Lázaro Cárdenas es quien realmente crea el sistema político que prevaleció dos terceras partes del pasado siglo, al fortalecer la institución presidencial y transformar el partido surgido desde el poder al que denominó de la Revolución Mexicana. Sólo quienes militaban en sus filas tenían acceso al poder, los demás eran reaccionarios.
Con sus claroscuros, México vivió un periodo de estabilidad y de desarrollo económico. Lo más importante, aquella concepción nacida en un momento de crisis como algo perentorio dio paso finalmente a una democracia precaria.
En los 12 años que gobernó el PAN se incubó un priista diferente, oportunista e improvisado; profundamente irresponsable en la oposición; vacío de ideas y dispuesto a retornar al poder a cualquier precio. Sufrió en carne propia la vieja frase del Tlacuache Garizurieta: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Se refugió en el poder de los gobernadores, quienes se comportaron (y se comportan) como señores feudales, a grado tal que hoy en las campañas se promete encarcelar a sus antecesores.
Al PAN le faltaron habilidades para frenar ese nuevo engendro y en el pecado llevó la penitencia: entregó el poder en 2012.
No se requiere mucha capacidad de análisis para encontrar las diferencias entre esos dos PRI. Antes era un partido que cuidaba las formas, con cierto sentido de responsabilidad, la postulación de candidatos obedecía a la posibilidad de hacer un buen gobierno. Al elegirlos, ahora obedeciendo únicamente la opinión pública siempre manipulable, está despojándose de su voluntad política. En otras palabras, simplemente obedece a los vientos sin conducir la nave conforme a principios.
Ésa es nuestra más grave enfermedad: se cuajó un priismo resentido que, con su vieja mentalidad de ser el todo, nunca se resignó a ser simplemente una parte.
De nuevo estamos enfrentando el PRI-gobierno. En esto, retornamos a la vieja lucha de José Vasconcelos enfrentando al aparato del Estado. Ésa es la asignatura pendiente más importante, entender que gobierno y partidos son instituciones diferentes. Desde luego, obligados a tener una relación de coordinación, no de subordinación.
El escenario actual es preocupante. Como bien lo demuestran las encuestas de la colección El mexicano visto por sí mismo del Instituto de Investigaciones Jurídicas, nuestra sociedad está desarticulada, deteriorada su autoestima y con poca confianza hacia el futuro. Los partidos y los políticos carecen de confiabilidad. Más grave aún, frente a esta realidad, en el gobierno prevalece un discurso triunfalista e inverosímil. No puede haber acuerdos, esencia de la política, sin un respeto a la verdad.
El PAN y el PRD, por encima de sus diferencias, se han opuesto a este PRI que, con todos los medios del poder, pretende arrasar en todos los procesos electorales en disputa este año. Ojalá que de ahí surja alguna experiencia para mantener esta alianza e intentar corregir y dar la pelea en 2018.
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