Las maléficas facciones

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Cómo hacer mejor a nuestra clase política: con la exigencia ciudadana, con la participación responsable, con el reclamo cotidiano.

Para Ana Tere Aranda, por su lucha perseverante en contra del autoritarismo poblano.

Nacieron en crisis y han encontrado su destino en esta crisis: una crisis crítica.

                Jorge Cuesta

 

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México enfrenta un dilema desafiante: o consolida su democracia o se da una regresión al viejo autoritarismo. Los signos son claros, al gobierno se le va cerrando el espacio para la maniobra política y se ve confrontado con quienes violan la ley.

Los partidos políticos acusan una grave enfermedad, señalada por los teóricos desde el origen de la democracia: las facciones. El PRD, acaparado por Los Chuchos, promueve a sus adeptos sin importar perfil ni antecedentes (excepción y grata sorpresa es la inclusión de Agustín Basave). El grupo encabezado por Gustavo Madero impone en el PAN sus decisiones, sin importar principios; afortunadamente, en las entidades federativas ha surgido un movimiento para impedir la intervención de la dirigencia nacional.

El PRI retorna a la vieja figura del “primer priista del país”, quien concentra las decisiones y designa candidatos. En Morena manda, sin ningún contrapeso, López Obrador. El PVEM, como siempre, es manejado por una familia como un  negocio particular.

En el resto de los partidos no tiene caso detenerse. En el Humanista, aun antes de lograr el registro definitivo, ya están riñendo por los recursos económicos, y los demás andan a la pepena de candidatos con nombre para conservar el registro.

El peso del dinero es cada vez más ostentoso, mientras el Instituto Nacional Electoral parece resignarse a la política de dejar hacer y dejar pasar. La crisis es tan grave que ya la Iglesia levantó la voz: “La sociedad exige y demanda el fin de una partidocracia frívola y despilfarradora, de una clase que vive de la política y no para la política. La ciudadanía está harta de los abusos y del descaro con que se defienden los despilfarradores y esperamos que el castigo se vea reflejado en las urnas”.

Todo esto ha repercutido en el desencanto ciudadano, lo cual lleva a recordar las palabras de José Ingenieros en El hombre mediocre: “Los apetitos acosan a los ideales, tornándose dominadores y agresivos. No hay astros en el horizonte ni oriflamas en los campanarios. Ningún clamor de pueblos se percibe; no resuena el eco de grandes voces animadoras. Todos se apiñan en torno a los manteles oficiales para alcanzar alguna migaja de la merienda. Es el clima de la mediocridad”.

La nueva legislación electoral deja mucho qué desear lo cual, por desgracia, puede completar el escenario de un proceso que en lugar de culminar con una necesaria reanimación de la ciudadanía, propicie un mayor desasosiego. Si a lo anterior agregamos los numerosos escándalos de corrupción y el difícil escenario económico, habremos de concluir que estamos viviendo uno de los momentos más críticos en la historia de México.

En el escenario mundial las personas se organizan al margen de los partidos políticos, con propuestas más soñadoras que realistas, pero que generan adhesiones en la ciudadanía. El riesgo es mayúsculo, pues puede generarse tal grado de desconcierto que finalmente prevalezca la regresión.

No estoy siendo nostálgico de otras épocas, pero la depuración de nuestra pervertida democracia solamente se puede lograr señalando sus desviaciones. Solamente existen soluciones de carne y hueso; en otras palabras, hombres y mujeres responsables que se atrevan a levantar la voz. Es mucho lo que está en juego.

La clave sigue siendo la misma: cómo hacer mejor a nuestra clase política y la respuesta se desprende de la historia de la democracia: con la exigencia ciudadana, con la participación responsable, con el reclamo cotidiano. No seamos cómplices de nuestros grandes males, no dejemos pasar la oportunidad de actuar. Que las futuras generaciones, parafraseando a algún político, no nos reclamen no haber puesto lo mejor de nosotros mismos para responder a los retos de nuestro tiempo.


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