Laboratorio de la democracia

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En pocos momentos de la historia de México hemos confrontado tantos desafíos como los que vendrán.

Se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás.

William Faulkner.

 Se sacuden las conciencias en el mundo y caen añejas creencias y prejuicios considerados intocables. El papa Francisco reconoce al Estado Palestino; Óscar Arnulfo Romero, pensador de la teología de la liberación, es beatificado; Raúl Castro, muy seriamente, habla de rezar de nuevo; con un sorpresivo resultado electoral, Inglaterra someterá a referéndum su permanencia en la Unión Europea; Escocia amenaza de nuevo con su independencia; Michelle Bachelet renueva su gabinete; algunos casos de corrupción son sancionados en América Latina (no así en México), por sólo mencionar lo más relevante.

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En contraste, nuestro país parece retroceder en todos los órdenes. En las evaluaciones de organismos internacionales a las que México se somete, son comunes los descensos en distintos rubros, desde lo educativo hasta la competitividad, la transparencia o bien el respeto a la libertad de expresión.

Podría calificarse la elección intermedia de esta administración como la peor en todos los órdenes.

En el PRI se está haciendo lo indecible, desde las diferentes esferas del poder, para obtener triunfos, sobre todo en la Cámara de Diputados para que sus legisladores puedan ser cómplices de lo que acontezca en la segunda parte del sexenio.

Los golpes a la “izquierda” reflejan una enorme falta de principios.

En el PAN, Gustavo Madero, sin rubor y sin escrúpulos, ha convertido una noble institución con probadas tradiciones democráticas en un instrumento al servicio de sus intereses personales.

A pesar de todo esto, quiero formular una esperanza: que el próximo 7 de junio sirva de laboratorio para determinar qué puede ser útil y qué no sirve de nuestro sistema político. Ése sería un punto de partida para un elemental compromiso en torno a un verbo: corregir. Esto es, enderezar, rescatar con un muy simple criterio: no repetir lo que a todas luces no funciona ni cambiar lo que está funcionando.

Para una tarea de esa magnitud, hay dos exigencias de previo y especial pronunciamiento: autoridad y legitimidad.

 La primera se percibe en franco deterioro por su alejamiento de los ordenamientos jurídicos. La segunda se encuentra cuestionada por un endeble consenso ciudadano en relación con el desempeño de sus gobernantes. Las dos se complementan; autoridad sin legitimidad degenera en autoritarismo, legitimidad sin autoridad produce frustración.

Pasado el 7 de junio inicia un periodo que se caracterizará por una lucha descarnada por el poder rumbo al 2018. Hay que partir de cero en materia electoral porque, desde el inicio de nuestra transición democrática, hemos generado normas e instituciones inconexas, desarticuladas, preñadas de partidismo y carentes de confianza.

En pocos momentos de la historia de México hemos confrontado tantos desafíos como los que vendrán. Tal vez la frase más certera la haya pronunciado Luz Elena Patricio, frente a César Duarte, gobernador de Chihuahua, quien con todo cinismo aplaudía: “Ustedes, los adultos, piensan que nosotros, por ser jóvenes, no nos damos cuenta de este grave problema, pero permítanme contradecirlos porque nosotros somos los más afectados. Y claro que sabemos cada movimiento que hacen nuestros gobernantes porque, desafortunadamente, la gente más incompetente es la que nos gobierna y a la que mantenemos”.

Difícil precisar de dónde habrá de surgir un verdadero liderazgo que impulse el cambio que México requiere, pero no hay duda de que coincidimos con los reclamos de esta estudiante de secundaria. Por eso, tal vez, lo más importante sería gritar hoy, y también mañana: “Todos somos Luz Elena”.


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