La hora del PAN

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Estoy con Ricardo Anaya, lo conozco desde hace algún tiempo. Hemos tenido serias discusiones, pero he percibido en él una actitud respetuosa y conciliadora.

Son los hombres inspirados los que iluminan al pueblo
y los fanáticos quienes lo extravían

Enciclopedistas franceses

Hay dos tipos de opositores a un sistema; unos, buscan subvertirlo por considerarlo agotado y, otros, tratan de mejorarlo sin incurrir en violencias. A esta segunda oposición se le ha llamado leal, porque acepta cambiar conforme a la ley y sin poner en riesgo la estabilidad política.

Mientras el opositor rupturista arriesga todo, el gradualista compromete su autoridad moral. Ambos estiman sus valores como los más preciados para ser preservados en función de la causa por la cual luchan. Corresponden a una sicología y a una mentalidad distintas, por eso el gradualista apuesta a la convergencia, al encuentro de coincidencias y al compromiso que impulsa el cambio.

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El PAN optó por el gradualismo, por aprovechar cualquier rendija para introducir reformas tendentes a impulsar la democracia y la participación ciudadana para alcanzar el bien común. Desde el debate entre José Vasconcelos y Manuel Gómez Morin (1928) se presentó el dilema. El primero sostenía la necesidad de cambiar a México de un solo golpe. El segundo creía en el largo plazo, a través de una organización que conjuntara líderes convencidos de que se podía hacer política con ética.

La actitud gradualista fue perseverante, siempre se buscaron acuerdos. Adolfo Christlieb se confrontó con José González Torres cuando Christlieb acordó con el presidente Díaz Ordaz dos compromisos: se reconocerían los triunfos panistas en las urnas a cambio del apoyo a las reformas del gobierno que beneficiaran a México, acuerdo no cumplido ante el fraude cometido en Yucatán en 1969. Don Luis H. Álvarez, en 1988, tuvo el valor de negociar con Carlos Salinas las reformas que permitieron la transición hacia la democracia. Diez años después, el grupo parlamentario panista reconoció la deuda del caso Fobaproa, salvando con ello el sistema financiero, uno de nuestros sostenes económicos actuales.

Cuando el PAN arribó al poder no hubo reciprocidad ni del PRI ni del PRD. Al ser Acción Nacional de nuevo oposición, asumió su tradicional actitud responsable. Los legisladores hicieron bien en aprobar las diversas reformas derivadas del pacto, sobre todo en el caso de la reforma en el sector energía que corresponde a los principios del PAN desde su origen: tanta sociedad como sea posible, tanto Estado como sea necesario.

Después de 45 años de vida política no presto mucha atención a las declaraciones de tipo ideológico o a los encasillamientos maniqueos de derechas e izquierdas. Me oriento más por la condición humana.

He tratado a los dos contendientes a relevar a Gustavo Madero, quien ha tenido un pésimo desempeño como dirigente no sólo por los resultados electorales, sino por su alejamiento de la doctrina.

Javier Corral y yo fuimos compañeros de bancada en el Congreso por nueve años. Nos confrontamos en muchas ocasiones y sufrí su talante agresivo e intolerante. Estoy con Ricardo Anaya, lo conozco desde hace algún tiempo. Hemos tenido serias discusiones, pero he percibido en él una actitud respetuosa y conciliadora. Me inspira confianza y creo en su palabra.

Manuel Gómez Morin creó al PAN a base de sembrar afectos. Su amabilidad, su sencillez, su atención al militante fue la semilla que germinó en una gran institución. La virtud primigenia del político es el don de sí; comunicar y trascender; crear lazos de solidaridad que resistan las embestidas a las que nos someten las veleidades de la política. En ese perfil encaja Anaya, un joven que tiene mucho que aportar ante el enorme desafío que significa regenerar al partido.


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