La canallada contra Anaya

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Por: Diego Fernández de Cevallos

Un dictadorcillo iluminado e inepto es, por definición, corrupto, rencoroso y vengativo. Su fracaso al gobernar lo ciega y lo lleva a injuriar a sus críticos, perseguir a sus opositores y a negar, si lo requiere, la existencia del mismo Sol, porque él tiene “otros datos”. No enfrenta los problemas que recibió, los agrava, y culpa de todo “al pasado” y a los que “añoran privilegios”.

Eso sí: trata de cubrir sus miserias humanas diciendo que lucha en favor de los pobres —a los que aumenta en millones y empobrece más—, se da baños de “autoridad moral” y sueña con un lugar majestuoso en el panteón patrio.

Toda disidencia le resulta perversa y eliminable, y cuando los datos oficiales lo desnudan, también los niega, y humilla o despide a sus funcionarios. Él es la luz, la verdad, la ley, el camino y la vida.

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Estos pájaros de cuenta —de la calaña del Daniel Ortega en Nicaragua— encarcelan y eliminan adversarios, alegando la aplicación pareja de la ley. Los corruptos de casa solo hacen “aportaciones a la causa”.

El caso de Rosario Robles (inocente o culpable) es prueba irrefutable de la sevicia gubernamental, no de una verdadera lucha contra la corrupción; el odio y la venganza del enfermo de Palacio atropellan los más elementales derechos humanos de esa mujer.

¿Quién sigue? El que lo encueró debatiendo como candidatos, el que Enrique Peña le quitó de su camino a la Presidencia, el que por donde va continúa tundiéndolo: Ricardo Anaya. Ojalá que éste se haya curtido, pues será la segunda ocasión que le caiga encima la fuerza perversa del Estado.

Por lo trascendido, este caso criminal ni siquiera está prendido con alfileres, sino con la saliva del preso y extorsionado (inocente o culpable) Emilio Lozoya y de dos testigos a modo, al grado de cambiar declaraciones hasta que cuadren tiempo y circunstancias con el hecho imputado. Pero nada importa, bien pueden fabricar nuevas carpetas con otros delitos, se trata de eliminarlo de la competencia política.

Basta con preguntar: ¿por qué Lozoya fue traído de una cárcel española para depositarlo en su casa? Para que declare y firme lo que por escrito le presentan los cerberos del gobierno; sus culpas o responsabilidades son lo de menos. Él, con su familia bajo asedio infame, fue imprescindible al gobierno para extorsionar a una empresa con 200 millones de dólares que previamente exaccionó Tartufo (más intereses). Pero eso no basta: ya le sacaron una lista de sesenta o más disidentes, a quienes irán llevando al patíbulo conforme aumente el desastre nacional por la ineptitud y bandidaje de los que “no son iguales”.

Pero el tiempo del que “solo trae 200 pesos en la cartera” y dilapida los dineros públicos para su tracalera “transformación” se agota; y si no aniquila a Anaya tal vez lo lleve a la boleta del 24.


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