Jóvenes radicalizados y violentos, lo que nos espera en cada marcha o protesta

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¡Pura madre! Agárrense, chamacos, porque la cosa se está poniendo más fea que la tanda de la Doña Lucha. Antes, los jóvenes se radicalizaban porque no les daban permiso de ir al baile o porque el Cruz Azul no ganaba una final. Ahora, la radicalización trae tintes de película de terror, y no de las de bajo presupuesto.

De «Ni de aquí ni de allá» a «¡Fuera de aquí, pinches extranjeros!»

La semana pasada, aquí en la Ciudad de México, hubo un desmadre con eso de la gentrificación. Jóvenes, y no tan jóvenes, salieron a gritar que ya no quieren gringos ni europeos comprando sus depas de lujo y subiendo la renta hasta las nubes. ¡Y con justa razón! ¿Quién no se encabronaría si de repente el puesto de tacos de la esquina lo cambian por un café de cinco dólares el americano? Pero de ahí a querer sacar a patadas a quien no le parece, ya es otra cosa. Dicen por ahí que «el infierno está empedrado de buenas intenciones», y parece que el camino hacia la intolerancia también.

Del odio online a la sangre en la vida real

Pero si eso les parece fuerte, échenle un ojo a lo que publica El País. Resulta que un chavito portugués, de apenas 14 años, se armó un grupito de Whatsapp y Discord para incitar a matanzas escolares en Brasil. ¡Un niño! ¿Qué carajos está pasando en la cabeza de estos morros? Antes, las mamás se preocupaban porque sus hijos no se juntaran con los vagos de la esquina, ahora tienen que ver que no se metan a grupos de internet donde les lavan el cerebro con ideologías de odio.

Este güey, según la nota, les enseñaba a fabricar explosivos, a conseguir armas y hasta les daba consejos de cómo despistar a la policía. ¿A poco no suena como algo sacado de una serie de Netflix, pero con el agravante de que es la pura realidad?

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¿La neta? La cosa está de la chingada

Y es que, mis queridos lectores, la radicalización juvenil ya no es un problema lejano de Medio Oriente o de Europa del Este. La tenemos aquí, en la puerta de la casa, incubándose en las redes sociales, en foros oscuros y en la frustración de una generación que siente que le están arrebatando su futuro. Ya no es solo la rebeldía adolescente, es un caldo de cultivo para la intolerancia, la violencia y hasta el terrorismo.

Así que, la próxima vez que vean a un morro pegado al celular, no piensen solo en el daño, piensen que tal vez está recibiendo la dosis diaria de veneno ideológico. ¡Aguas! Porque si no le ponemos un alto, la cosa se va a poner peor que la fila del Superama en quincena.


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