De acuerdo con el más reciente informe de TResearch International, basado en datos del INEGI, México registró en abril de 2025 una tasa de desempleo del 2.5%, lo que equivale a 1.6 millones de personas desocupadas. Este dato, calificado como «mínimo histórico», ha sido el promedio durante los primeros siete meses del sexenio de Claudia Sheinbaum. Sin embargo, para un público crítico y conocedor de los matices económicos, surge la pregunta obligada: ¿estamos realmente ante un escenario de bonanza laboral o hay cifras que merecen una lectura más profunda?
El informe destaca que en marzo de 2025 la tasa de desempleo fue aún más baja, alcanzando un 2.2%, la cifra más reducida en lo que va de la actual administración. Al comparar con sexenios anteriores, el estudio subraya que el promedio con Calderón fue de 4.7%, con Peña Nieto de 4.1%, y con López Obrador de 3.5%. La actual administración, por su parte, arranca con un promedio de 2.5%, lo que la posiciona, estadísticamente, como la de menor desempleo en la historia reciente.
La narrativa oficial, y la que se desprende de este tipo de informes, apunta a una «estabilidad en el mercado laboral» entre octubre de 2024 y abril de 2025. No obstante, para los ciudadanos que enfrentan la realidad diaria, la sola cifra de desempleo no siempre refleja la calidad del empleo o la precariedad de las condiciones laborales. Es fundamental cuestionar si esta disminución se debe a la creación de empleos bien remunerados y con prestaciones, o si, por el contrario, se sustenta en el aumento de la informalidad y la subocupación, donde muchas personas se ven obligadas a trabajar en condiciones desfavorables o por un ingreso insuficiente.
Un dato que suele pasarse por alto en los titulares es la distinción entre desocupación y subocupación. Mientras el desempleo se refiere a quienes no tienen trabajo y lo buscan activamente, la subocupación engloba a quienes, aun teniendo un empleo, desean y están disponibles para trabajar más horas. El informe no profundiza en este aspecto crucial, que podría ofrecer una imagen más completa de la situación laboral del país. ¿Cuántas de esas personas «ocupadas» lo están en el sector informal, sin acceso a seguridad social, contratos o salarios dignos? La falta de este detalle esencial impide una evaluación cabal de la salud del mercado laboral.
Además, es importante considerar el impacto de factores externos y coyunturales en estas cifras. La recuperación económica global post-pandemia, la inversión extranjera directa o incluso el flujo de remesas, pueden influir en el panorama laboral sin que necesariamente sean resultado directo de políticas internas robustas.
Mientras las cifras oficiales celebran mínimos históricos, la ciudadanía crítica debe ir más allá de los números fríos. Es imperativo exigir transparencia y un análisis más profundo de las condiciones laborales en México, para determinar si la «estabilidad» y los «mínimos históricos» se traducen realmente en un bienestar palpable para las familias mexicanas o si son solo un espejismo en la narrativa oficialista.
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