Francisco y su mensaje a México

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El Papa sabe muy bien que México vive un momento de dolor

Inevitable comentar sobre la visita que el papa Francisco hace a nuestro país, no sólo por su carácter de líder religioso, sino por la fuerza de las ideas humanistas que transmite en cada uno de sus mensajes.

En la ceremonia oficial de bienvenida se refirió a los políticos. No creo que haya sido coincidencia que en su discurso tuvieran un espacio central los conceptos de dignidad, bien común, honestidad y humanismo, valores propios de la doctrina social de la Iglesia, pero también habló de la corrupción, que es problema crónico en México. El momento clave fue cuando dijo: “La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”. Tocó el dolor de México. 

A los obispos, qué bien que el Papa les haya exigido transparencia y cercanía: “No le tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar”. Y hablando de mundanidad: “No se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los carros y caballos de los faraones actuales”. Qué duro, y qué bien. Sean congruentes pues. En cuanto a nosotros, el Papa nos recordó que el narcotráfico y su poder seductor exigen fortalecer los valores de las familias, las comunidades, las escuelas, y las instituciones políticas y de seguridad.

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El Papa sabe muy bien que México vive un momento de dolor. Sabe que nuestra gente está indignada por la corrupción y la impunidad, y que la desesperanza y la incertidumbre han llenado el corazón de muchas familias. Su tono es sereno, y al mismo tiempo lleno de fuerza. Nos pide actuar sin odios, sin destrucción, con la guía clara de la honestidad, la esperanza y el corazón.

A pesar del comprensible escepticismo hacia la Iglesia, su mensaje trasciende lo religioso, porque nos habla de dos cosas que no podemos perder como mexicanos, creyentes o no: la solidaridad y la esperanza.

Por lo que hace a la solidaridad, Francisco nos recuerda que debemos estar de lado de los que sufren, de los que   lloran, de las víctimas de la “cultura del descarte”. Nos dice que el lenguaje tiene que dejar de estar centrado en el “yo” y comenzar por un “nosotros”. Y con ternura —pero también con firmeza— nos está recordando que no se vale servirse del dolor, de la pobreza, que no se vale servirse de lo público para obtener beneficios personales. Que hay que resistir las tentaciones del poder y la fama y no tomar los caminos de la riqueza mal habida, “esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta ese es el pan que se le da de comer a los propios hijos”. Habla quizá de quienes se enriquecen a costa de los demás, en el servicio público o en el crimen, o en ambos.

Nos pide mantener viva la fe en el país y en nosotros mismos. Nos invita a estar “en primera línea” a “hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad, donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos”. Y también: “Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”.

Los mexicanos tenemos que lograr que nuestro querido México salga de esta larga noche y recupere el aliento y la esperanza. Esa es la lucha que tenemos que dar, animados por las palabras llenas de ternura, fuerza y sencillez del papa Francisco, un humanista de principio a fin.


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