Estado confesional

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La laicidad, lo laico, son términos equívocos, mal interpretados y distorsionados con frecuencia. Los diccionarios ofrecen una sencilla definición de laico: “Independiente de toda confesión religiosa”.

La conciencia es lo contrario a la razón de Estado.
Octavio Paz

En uno de sus mejores ensayos, don Jesús Reyes Heroles señala que “razón de Estado” es “una especie de nigromancia política” con la que se justifica cualquier acción del Estado sin importar ningún principio, ateniéndose simplemente a la preservación del poder.

Esta expresión se atribuye a Giovanni della Casa en su Oración a Carlos V (1549). El concepto se ha venido manejando desde entonces con notable éxito. El político deambula entre dos extremos: preservar el poder a cualquier precio y el llamado de su conciencia. Al final, la historia da su veredicto en cuanto a mantener el equilibrio o ser atraído por alguno de los polos.

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La visita del Papa giró en torno a este equilibrio, al retarse la observancia de la Constitución, la cual en su artículo 40 expresa que el Estado mexicano es laico.

La laicidad, lo laico, son términos equívocos, mal interpretados y distorsionados con frecuencia. Los diccionarios ofrecen una sencilla definición de laico: “Independiente de toda confesión religiosa”. Bien lo expresa Jesús Silva-Herzog: “Laicidad no es simplemente garantía a la libertad de creer, es compromiso activo del poder público con la neutralidad espiritual del Estado. Todo favor público a una religión o a una Iglesia es violación a ese principio” (Reforma, 15/02/16). Lo contrario de laico es lo confesional, lo cual se define como “perteneciente a una confesión religiosa determinada o relacionada con ella”.

Con estas herramientas conceptuales, vamos a los hechos.

No veo violación alguna a nuestra normatividad si el Presidente comulga o besa el anillo pontificio. Sí encuentro una flagrante transgresión a la Constitución que protestó cumplir y hacer cumplir en algunas frases de su discurso en la sede del Poder Ejecutivo: “Las causas del Papa son también las causas de México”. “Un pueblo generoso, hospitalario, orgullosamente guadalupano”. Tal parece que México oscila como un péndulo, si Plutarco Elías Calles reprimió las creencias religiosas, Peña Nieto ha escrito el epitafio del Estado laico. No creo que Francisco tenga interés en inmiscuirse en los problemas de nuestro país, pero me preocupa que el clero mexicano, con estos hechos, pretenda retornar a etapas ya superadas.

César Camacho, en un rancio servilismo (“Resaltan las coincidencias con el Papa”, El Universal, 16/02/16), intenta justificar a Peña Nieto con un atrevido ejercicio para hacer coincidir el pensamiento papal con el presidencial, lo cual reafirma la violación constitucional.

El PAN ha sido señalado como un partido de derecha y confesional, pero nunca ha negado la influencia de la doctrina social-cristiana y siempre hubo en sus filas agnósticos y liberales. Manuel Gómez Morin, hombre creyente, tuvo un excesivo celo por deslindar Estado de Iglesia. En un memorable debate interno (1962), encabezado el PAN por Adolfo Christlieb Ibarrola, se definió con claridad la relación entre ambas instituciones. Acción Nacional ha sido congruente con esas ideas.

El PRI se ostentó con un jacobinismo trasnochado y siempre calificando al PAN de reaccionario y retrógrada. El tiempo ha despejado dudas y derribado mitos. No cabe duda que nuestra clase gobernante vive una crisis de legitimidad que, en el afán de limpiar su imagen, inclusive viola nuestra Carta Magna.

En Tuxtla Gutiérrez, dijo el Papa: “Leyes y compromiso personal son un buen binomio para romper la espiral de la precariedad”. Si las reformas no se complementan con voluntad política y con actitud autocrítica, seguiremos en un endeble Estado de derecho.

Concluyo con otra de sus certeras frases: “Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia”.

 

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