¿Está México listo para su primera mujer presidente?

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“Nuestro país ha cambiado debido a las convicciones de millones de mexicanos que están cansados de la injusticia y la desigualdad”.

Esta pregunta ha ido desapareciendo gradualmente del debate público en México. Creo que tiene que ver con las actitudes generacionales: la cuestión aún surge en algunos grupos, por lo general entre las personas mayores de 25 años, pero los mexicanos más jóvenes tienden a pensar que es hora de que tanto mujeres como hombres, juntos, rompan esas barreras laborales.

Cada vez que aparece la pregunta, mi respuesta es clara: México ha estado preparado para tener una presidenta desde hace mucho tiempo. De hecho, a estas alturas ya deberíamos tener una mujer liderando el país.

Creo que es cierto que cuando una mujer llega a una posición de liderazgo, no solo ayuda a todas las mujeres, sino a todos los hombres. Digo esto porque tener una igualdad de participación en la búsqueda de soluciones a los asuntos públicos –en especial los políticos– permite diseñar e implementar mejores políticas para todos, y eso significa que vamos a ser una sociedad más feliz.

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Con la llegada de las mujeres a la política, muchos otros temas, los que yo llamo “problemas de todos los días”, recibieron atención. Por ejemplo, los derechos de las personas con discapacidad, los derechos de los niños, las políticas contra la discriminación y contra la violencia doméstica, y muchas otras medidas que tienen un impacto positivo en el bien común.

La responsabilidad de cualquier persona que quiera ser Presidente de México –ya sea hombre o mujer– es la misma: crear un liderazgo ético. Durante los últimos cuatro años, la brecha entre el país que somos y el que queremos ser ha estado abriéndose cada vez más. El actual gobierno frenó la economía mexicana con una reforma fiscal que castiga el trabajo duro y el espíritu empresarial. A pesar de haber aumentado los impuestos para millones de mexicanos, el país todavía carece de una fuerte inversión pública en áreas clave como infraestructura, educación y salud. Por otra parte, como continuamente destacan los medios internacionales, la corrupción y el abuso de poder han aumentado a niveles sin precedente. La justicia y el Estado de Derecho siguen siendo más aspiraciones que una realidad en la vida cotidiana de muchos mexicanos. Por lo tanto, la responsabilidad de cualquier persona que busque liderar a México es poner en práctica la reforma que el país necesita con más urgencia: una reforma de ética gubernamental.

La corrupción afecta profundamente a la sociedad mexicana. Es debilitante, indignante, e injusta. La corrupción reemplaza el bien público por beneficios personales, y para millones de personas es la diferencia entre tener y no tener acceso a la salud, a la seguridad pública o a la educación. Es difícil imaginar un problema en nuestro país que no esté causado o agravado por la corrupción. Estoy segura de que solo respetando el Estado de Derecho, el gobierno de México aumentará su legitimidad social y política para hacer cumplir la ley. El servicio público es un honor, no una ruta de acceso a la riqueza personal. Necesitamos un gobierno que diga la verdad, actúe con integridad y trabaje por el bien público.

En mi opinión, el próximo ciclo electoral será una oportunidad para que México elija entre lograr un cambio verdadero y profundo en la ética del gobierno, o continuar con la misma vieja retórica para justificar lo injustificable. Algunos políticos afirman que la corrupción es cultural, sugiriendo que no hay alternativa posible.

No me desanimo porque desde el comienzo de mi carrera como abogada recuerdo estas palabras: «México nunca va a cambiar». Fue lo que me dijeron cuando empecé a hacer campaña como parte de la oposición al monolítico PRI, porque pensaban que México nunca tendría un presidente de un partido diferente. Pero el cambio pacífico ganó y se convirtió en una democracia.

Como representante en el Congreso de la Unión, recuerdo haber trabajado arduamente promoviendo proyectos de ley para proteger los derechos de la mujer. Me dijeron que me diera por vencida porque pensaban que México nunca cambiaría su cultura machista. Pero eso también está cambiando. Hoy en día estoy trabajando para devolver la dignidad a la política, recuperar la confianza de una sociedad que ya no cree en los políticos, y dejar claro que las mujeres son y serán esenciales para la construcción de nuestra vida democrática.

Creo que esa es nuestra responsabilidad para demostrar que México está listo para hacer frente a algunos de sus desafíos más apremiantes a través de un liderazgo basado en la ética, la honestidad y el compromiso con el servicio. México está listo para transformar la indignación en acción.

A pesar de todas las voces que insisten en lo contrario, México ha cambiado. Pero no cambió gracias a la labor de una sola persona o un solo partido. Nuestro país ha cambiado debido a las convicciones de millones de mexicanos que están cansados de la injusticia y la desigualdad. Cambió gracias a los esfuerzos de las familias mexicanas. Este es un nuevo momento de decidir: ¿Elegiremos la vieja retórica que dice «México nunca va a cambiar?» ¿O vamos a trabajar juntos para cambiar para bien, y hacer que se una a las filas de las naciones más prósperas? La respuesta está en nuestras manos.


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