Error de comunicación

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Si en algo resalta el actual gobierno federal es en su habilidad de comunicar. Desde antes de la campaña electoral del 2012 ya era evidente el deseo de algunos de posicionar fuertemente a Enrique Peña Nieto para la Presidencia de México. Durante la campaña lograron que encabezara las preferencias electorales y en las elecciones de ese año alcanzó el triunfo de forma muy muy clara, gracias, entre otras cosas, a las
habilidades de comunicación mostradas por el grupo que lo cobija.

Desde el comienzo del sexenio se hicieron públicos sus principales retos asumidos, y desde entonces no sólo se realizan obras y actos de gobierno, sino éstos se hacen públicos adecuadamente para que se note lo realizado. Se ve la mano firme que gobierna, no sólo los resultados. Al mismo tiempo, han logrado que en la prensa aparezcan cada vez menos noticias sobre asaltos, secuestros y crímenes, y que no se dé énfasis al sensacionalismo. Y lo lograron por consenso, no por imposición.

Pareciera que en estos dos años nos convertimos en país modelo, no violento y moderno, a la altura de los mejores del planeta. Crearon una utopía, diferente a la realidad de todos los días, debido a la ausencia de noticias reales. Eliminaron las noticias desagradables, lo que cayó bien porque es lo que la población deseaba olvidar. Desaparecieron las noticias de secuestros y homicidios, desgraciadamente no los delitos.

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Era una estrategia de comunicación académicamente perfecta. Hasta que comenzaron a salir noticias cuyos resultados han sido desastrosos para el ideal que quisieron hacernos creer. Poco a poco se han visto que no todo es comunicar, y sobre todo, que la comunicación no puede sustituir la realidad. Van dos ejemplos.

A principios de agosto pasado nos sorprendieron con la noticia de que Valle de Bravo estaba asolado por secuestradores. Se dijo de casos violentos que extrañaron por ser en una zona nunca antes mencionada. Pero se aprovechó para comisionar a la recién creada Gendarmería Nacional para apoyar las labores de las policías municipal y estatal. A pesar de que otras regiones del país tienen una larga historia de secuestros (Guerrero, Morelos, Tamaulipas, etc.), se escogió esta zona turística, hasta entonces pacífica, del Estado de México para enviar a la
flamante Gendarmería.

No se sabe si la advertencia de la presencia de secuestradores se debió a un alto número de secuestrados o si fue porque alguno de ellos fue de un amigo de los círculos del poder. Lo que sí se sabe es la respuesta de los visitantes: dejaron de ir en los números acostumbrados. Quienes resultaron afectados fueron los comerciantes en pequeño, acostumbrados a un turismo hormiga, pues sufrieron ausencia de compradores. El insólito aviso les privó de clientes, de ventas y de medio de subsistencia.

El segundo caso ha sido muchísimo más grave. En un país en el que se nos decía que los hechos de sangre estaban disminuyendo, con sorpresa nos enteramos de que 30 estudiantes habían sido levantados por la policía municipal y estaban desaparecidos. El clamor nacional, y el internacional, demandan esclarecer los hechos y castigar a los culpables de un acto de autoridad inaceptable.

Si bien parece ser un delito del orden local, ya intervino la autoridad federal para coadyuvar al esclarecimiento del hecho, y ha descubierto varias fosas clandestinas que podrán o no corresponder a los estudiantes desaparecidos. En cualquier caso muestran que las ejecuciones extrajudiciales siguen siendo un mal endémico en el país. Además también muestran que la estrategia de inhibir la publicación de hechos delictivos, sin importar las buenas razones que se aduzca, sólo hace más grande el escándalo de los que ya no se pueden ocultar. Querer hacer creer una realidad distinta a la que vivimos es un grave error de comunicación.


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