Endeudarse para pagar, como lo que está haciendo Pemex, es una estrategia que muchos usamos para aumentar el potencial de compra o para resolver un quebranto. No hay que temer hacerlo si es que hay una finalidad claramente definida. El caso de Pemex, que ocupa la atención de los medios, es un buen ejemplo de lo que hay que hacer si hay respaldo suficiente.
En este caso, el respaldo está presente en forma de las emisiones de deuda que ha lanzado con éxito al mercado financiero internacional.
La justificación del endeudamiento está en el daño que se le está causando a la economía del país, el prolongado lapso en que miles de proveedores de materiales y de servicios están en la quiebra o al borde de la misma por culpa del retraso de pagos a los proveedores de la paraestatal más importante de México. La situación era ya insostenible. No había muchas esperanzas electorales para el partido en el gobierno si no se procedía a ponerle pronto y eficaz remedio al mencionado incumplimiento que, de continuar desatendido, entorpecería la realización de todo el tinglado de reformas a las que se dedicó a negociar y armar prácticamente la mitad del sexenio.
Es indispensable mantener a flote la producción industrial, que tanto depende de que las entidades públicas cumplan con sus pagos. Tal como en su momento había que rescatar el sistema financiero de la quiebra general que la amenazaba a finales de la década de los noventa del siglo pasado, ahora había que salvar a los acreedores industriales. Ni en un caso ni en otro era útil detenerse a castigar culpables. Había tiempo para hacerlo una vez que se cumpliera la tarea de rescate. Lo grave era no aplicar el inaplazable remedio.
Las deudas de Pemex a sus proveedores son, empero, sólo la mitad del problema. La otra es el gigantesco pasivo laboral que se ha acumulado a lo largo de los años y que ahoga el presente financiero de la institución e imposibilita realizar las inversiones para salvar a la empresa de la obsolescencia de sus equipos y del atraso de su tecnología.
La crisis de Pemex se presenta en el momento más inoportuno. El desplome del mercado internacional del petróleo, la necesidad de mantenerse a flote en un mar de despiadada competencia comercial y la necesaria revisión de metas y estrategias hasta ahora válidas, pero ampliamente cuestionadas por analistas y políticos que buscan alternativas económicas y socialmente aceptables, todo hace extremadamente comprometido el escoger entre opciones de por sí dudosas.
Para el gobierno mexicano el reto implica el dilema de intentar salvar la propiedad del Estado y, por ende, la primacía de decisión en el recurso todavía principal, que es el petróleo, o sumarse a la respuesta privatizadora misma, que equivale a la desaparición de la gestoría del Estado como matriz de desarrollo mancomunado público-privado.
La coyuntura es pesada porque hay que tomar decisiones sobre el rumbo que ha de tomar el desarrollo nacional, al mismo tiempo que un cúmulo de problemas simultáneos limitan el radio de opciones viables. No deberíamos tener que decidir sólo porque, por ejemplo, es urgente para el gobierno rebajar gastos en todos los rubros de su acción. La reestructuración de metas y medidas requiere un diseño “holístico” en el cual cada una de las partes de la economía se interrelacionan y hay que verlas como un ente integral e integrado. Hasta ahora esta visión no se ha dado y es imposible realizarla con prisas.
Enfrentar esta clase de decisiones plantea asuntos de mayor profundidad para cualquier jefe de Estado o dirigente nacional de partido político.
El público no juzga a sus gobernantes sino por su capacidad de haber defendido a la comunidad ante un enemigo del exterior o de haberla llevado a esferas de mayor bienestar. Hoy en día el gobierno tiene frente a sí el enemigo exterior de las condiciones adversas que amenazan sus planes de desarrollo. El segundo enemigo, el interno, es el de vencer sus ineficiencias que han abocado en la crisis operativa y de confianza en que nos encontramos.
La decisión de comenzar a resolver la crisis actual dotando a Pemex de los recursos para pagar sus impresionantes deudas, es ejemplo de las estrategias que han de seguirse, cada una según la necesidad, en todos los demás campos cuyos problemas acumulados asedian al país en esta crítica coyuntura.
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