Empresarios a la administración pública ¿qué necesitan?

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En cualquier administración pública del mundo, no solamente en México, un empresario que llega al poder debe aprender muchas cosas; entre ellas, a imponer y dar seguimiento a su autoridad, y por otro lado, a manejar sus relaciones con el resto de dicha administración pública, con la ciudadanía en general y aún con “el resto del mundo” en ocasiones.

Sobre lo primero, dice una anécdota política, que cuando el héroe de la Segunda Guerra, Eisenhower, ganó la presidencia de los Estados Unidos, el presidente saliente, Harry S. Truman dijo: “pobre Ike, cuando estaba en el ejército, daba una orden y se cumplía de inmediato, en la Casa Blanca dará una orden y no pasará nada”. Y Truman, como republicano, no hacía referencia a que su sucesor fuese del Partido Demócrata, sino a su hábito de mando militar.

El problema al que se refería Truman es la resistencia de la burocracia a modificar sus hábitos de vida (debería decir “de trabajo”, pero es más que eso). Los mexicanos nos quejamos de la lentitud e ineficacia de la burocracia como problema nacional, pero no es nuestro. Estas deficiencias son de todas las burocracias del mundo; incluso llegan a caracterizar a las organizaciones de la sociedad civil y a las mismas grandes empresas.

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Northcote Parkinson, un ex-militar también de la Segunda Guerra, escribió su famosa “Ley de Parkinson”, sobre la ineficiencia de las grandes organizaciones burocráticas, en su caso la militar (no en el frente de guerra). Nos decía parkinson, que observó cómo el personal de una oficina del ejército podía aumentar o disminuir y no pasaba nada.

El poder de mando en las grandes burocracias ineficientes, altamente incompetentes y resistentes al cambio, a las que se enfrentaría Eisenhower como presidente, acostumbrado a otra realidad, en la que el poder de mando se impone, exige y controla, es también lo que enfrentan los empresarios o ejecutivos cuando llegan al poder público.

La burocracia gubernamental está acostumbrada a la lentitud y a no hacer lo que no les gusta. Con el tiempo, crea centros de poder real, a través de toda la estructura organizacional, que les permite, con las mejores excusas del ingenio humano, hacer lo que les pegue la gana y desobedecer las órdenes superiores, sobre todo si vienen de un advenedizo (léase empresario o político de otro partido).

En la empresa privada, el empresario o ejecutivo profesional, tienen un mayor poder de coerción y reclamo de rendición de cuentas de la organización a su mando. Pero al llegar al gobierno tienen que aprender que allí la realidad es otra, que requiere no solamente saber hacerse obedecer, sino ganar la voluntad de subordinados que lo ven como ave de paso (aunque sean 6 años) en su lugar de trabajo, en donde piensan llegar a la jubilación.

Pero en la burocracia gubernamental hay otro poder de facto muy poderoso: el sindicato. Éste no solamente vigila la defensa de los derechos constitucionales de sus agremiados, sino también sus “derechos políticos” y los cotos de poder de sus dirigentes. No es lo mismo enfrentar o negociar con un sindicato obrero que uno de la burocracia, y los ejemplos sobran.

El empresario no rinde cuentas más que a sus accionistas, y a veces ni eso y está acostumbrado a ello. Pero en la administración pública debe rendir cuentas a mucha gente, por obligación o por necesidad política. El principal cuestionador del empresario en el gobierno es la prensa, escrita o electrónica, con poder para exaltarlo, destrozarlo o ridiculizarlo.

En privado, el empresario puede tener que negociar con un consejo de administración que incluye personas sobre las que no tiene autoridad alguna. En el gobierno, como Ejecutivo o secretario de Estado, debe negociar con cámaras de legisladores que incluyen poderes hostiles.

Un empresario investido como alto funcionario público que goza de bien ganada popularidad en las organizaciones empresariales, se encuentra de pronto con la posible hostilidad y enfrentamiento de sus antiguos amigos y seguidores; éstos en ocasiones lo confrontan, en vez de apoyarlo, si su política no es de su agrado.

¿Y el dinero? Para asignarlo o disponerlo en la empresa basta una orden. Para asignarlo en el gobierno hay que negociarlo y hasta suplicar a la legislatura; y para disponerlo, pasar por dolores de cabeza y tener paciencia.

¿Y la corrupción? Menos frecuente, más detectable y combatible en la empresa. Más fácil, arraigada y difícil de combatir en el gobierno. Otro dolor de cabeza.

En fin, todo este enorme manejo de relaciones públicas y privadas constituye lo que sabiamente se conoce como “oficio político”. Un empresario o alto ejecutivo privado que llega al gobierno tiene que aprenderlo, y aprenderlo de inmediato, y rodearse de gente que domine el tema. La falta de este oficio político ha dado al traste con muchos buenos propósitos y excelentes líneas de acción de gobierno, aquí y en el extranjero.

Esencialmente, así, lo que el empresario llegado al gobierno debe aprender incluye dos cosas ineludibles: conocer la cultura burocrática y el oficio político. Su éxito depende de ello, independientemente del bagaje ejecutivo que lleve consigo y de su antigua red de relaciones. El mundo está lleno de ejemplos, tanto de bien hacer como de tristes e “inexplicables” fracasos empresariales en el gobierno.


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