El periodismo antes, durante y después de Manuel Buendía (1984-2016) Parte III

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La línea editorial de las columnas de Buendía tuvieron tres características: nacionalista, de Estado y críticas. La formación profesional e intelectual del autor le permitió ganar un espacio de autonomía relativa en los diarios en los que la publicaba, ajena y a veces contraria a la línea editorial del diario, llegando a la situación de convertir la columna en “un periódico dentro de otro periódico”. Esta autonomía, dialécticamente, contribuyó a jalar a los periódicos a posiciones críticas que no asumían; el periodo 1968-1976 fue de apertura crítica de los medios, junto con la fundación de la revista Proceso y del periódico unomásuno, a los que siguieron en los ochenta La Jornada El Financiero. La crisis autoritaria de 1968 con la represión al movimiento estudiantil, la ruptura de la imagen internacional de estabilidad nacional, las contradicciones en las élites del poder y el dilema de dictadura-democracia condujeron a un proceso de apertura política que comenzó con Echeverría y se consolidó con la reforma política de López Portillo al legalizar al Partido Comunista y darle espacios en el congreso federal.

El periodismo rompió amarras. La crítica administrada en Excelsior en el periodo de dirección de Julio Scherer García –1968-1976– y el manotazo autoritario originado en la presidencia de la república en julio de 1976 ya no pudieron cerrar de nueva cuenta las puertas de la crítica. De todos modos, el sistema político priísta ajustó sus espacios a los nuevos escenarios y los mecanismos de control se aflojaron pero siguieron existiendo, como lo probaron los casos de censura que enfrentó Buendía en El Sol de México, El Universal y el propio Excelsior.

El asesinato de Buendía llevó la censura a escenarios inéditos. La crítica periodística no sólo se centró en los abusos de poder del sistema institucional, sino que se trasladó también a sectores fuera del sistema pero con suficiente poder como para afectar la estabilidad nacional. A Buendía le tocó abrir la línea crítica al surgimiento del crimen organizado en el rubro del narcotráfico: el 14 de mayo de 1984, dos semanas antes de su asesinato, Buendía alertó a sus lectores y al poder político institucional del avance de los narcos. En su columna de ese día, Buendía escribió:

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“El procurador general de la República y el secretario de la Defensa no deberían ignorar por más tiempo la advertencia que hicieron desde marzo los nueve obispos del Pacífico Sur, respecto al significado político que puede tener el incremento del narcotráfico en nuestro país, específicamente en los estados de Oaxaca y Chiapas.

“Tal como lo plantean ‑-y como se desprende también de otras informaciones-‑, este asunto involucra la seguridad nacional.

“Los nueve dirigentes eclesiásticos coinciden con lo que saben otros observadores. Dicen que en este sucio negocio “existe la complicidad, directa o indirecta, de altos funcionarios públicos a nivel estatal y federal”.

“Pero principalmente afirman que con el narcotráfico puede quedar comprometida la imagen exterior de México, “si como país, damos cabida a mafias internacionales, que van a terminar por inmiscuirse en nuestros asuntos patrios”.

“Esto, el peligro de una “interferencia extranjera”, es subrayado por los obispos, que no hacen más que recoger las preocupaciones de sectores sociales: “Tenemos el temor, no infundado, de que en México llegue a suceder lo que en otros países hermanos, donde estas redes de narcotraficantes han llegado a tener influencia política decisiva”.

“La lista de estos países en donde los narcotraficantes han tenido “decisiva influencia política”, incluye no solo a Italia, sino a otros cercanos a nosotros geográficamente, y ligados por una complicada urdimbre de relaciones.

Bolivia y Colombia son dos de estos países. Colombia se halla actualmente bajo estado de sitio después del asesinato del ministerio de justicia, liquidado por la omnipotente asociación de traficantes de drogas. Nadie ignora como en esos dos países los estupefacientes y la política han ido muchas veces de la mano.

“Pero es en Estados Unidos donde se da el fenómeno más peligroso no solo para su propia sociedad sino para los países del continente, especialmente México. El contubernio de políticos y miembros del crimen organizado –que incluye el comercio clandestino de enervantes– es cosa vieja en el esquema norteamericano, y un pilar para la ampliación constante del mercado, que estimula en otros territorios, como el nuestro, la producción.

“La denuncia de los nueve obispos no parece exagerada al decir que existe para México el peligro de la interferencia extranjera en nuestros “asuntos patrios” por la vía de las mafias internacionales. Más bien se quedaron cortos. Ellos debieron haber señalado que en México ya se dio el caso de que ciertos hechos políticos, en el pasado inmediato, fueran marcados por la influencia de un notorio traficante de narcóticos.

“La corrupción, que es un fenómeno esencialmente político, fue incrementada durante el sexenio pasado, en una medida de realidad incontrastable, por los intereses de ese traficante que ejerció su actividad casi a la luz pública.

“Pero se puede hablar de hechos más concretos. Por la cercanía que tuvo con el Presidente de la República, Arturo Durazo Moreno influyó en decisiones del gobierno como la represión contra supuestos enemigos, y también en algunos aspectos importantes de la información; o en la conducta de no pocos dirigentes sociales y de funcionarios que literalmente dependían de él para su provisión de enervantes o para el mantenimiento de sus equipos de “seguridad”. Influyó también en la imagen exterior del país; por ejemplo, cuando fue necesaria la directa protección del Presidente para impedir un juicio de extradición (…).

“Dejó tan permeados los círculos oficiales Durazo Moreno, que el nuevo gobierno parece haber desistido ya de traerlo para que responda por una variedad de acusaciones penales. El miedo a su sola presencia en el país, prácticamente ha paralizado los esfuerzos para localizarlo y aprehenderlo.

(…)

“Pero con Durazo o no, la mafia internacional del narcotráfico ha incrementado evidentemente sus actividades en México, de 1982 a la fecha. Y esto, como señalan los nueve obispos, no se puede lograr sin complicidades internas.”

Así, la columna política cumplió con su función de atraer la atención hacia temas que las políticas editoriales e informativas de los medios habían descuidado. Buendía se basó en un desplegado periodístico pagado que publicaron los obispos católicos del sur de la república –vinculados a la corriente de la teología de la liberación– sobre la presencia de narcos productores de marihuana en zonas territoriales del sur. La columna alertó al procurador general y al secretario de la Defensa Nacional, prendió el foco de la seguridad nacional, fijo por primera vez la atención en la corrupción política y de gobierno como aliada a los narcos y de pasó recordó que a nivel de gobierno el narco se había infiltrado en 1977 cuando designó como jefe de la policía del DF a Arturo Durazo Moreno, ex comandante de la Dirección Federal de Seguridad asentado en el aeropuerto de la ciudad de México y por tanto responsable del tráfico de droga en ese punto delicado.

Al mismo tiempo, Buendía le dio a la columna política un valor profesional adicional: reveló en su columna dominical Sol y Sombra en El Sol de México, el 18 de septiembre de 1977, la carta secreta que había firmado el gobierno de Echeverría con el Fondo Monetario Internacional cediendo soberanía económica. Y en sus columnas diarias también reveló la identidad de dos jefes de estación de la CIA y exhibió la relación de grupos fascistas mexicanos con similares latinoamericanos, sobre todo argentinos. En todos estos tópicos periodísticos hubo un sentimiento nacionalista, de Estado, de simpatías con el proyecto nacional.

El 14 de marzo de 1975 el presidente Echeverría acudió al auditorio de Medicina de la Ciudad Universitaria de la UNAM a la inauguración de cursos pero fue agredido por grupos radicales violentos; una pedrada impactó la frente presidencial y el presidente tuvo que ser sacado en un auto improvisado. Ciertamente que la presencia presidencial en CU era una provocación política y peor si no estuvo preparada con grupos de protección estudiantil. La pedrada cimbró al sistema político priísta y despertó los temores de una represión en respuesta. Los medios cerraron filas en torno al presidente y Buendía explicó en su momento que no se trataba de una defensa personal de Echeverría sino de las instituciones y del Estado. En consecuencia, el periodismo político, en Buendía, cumplía una función de estabilidad nacional de cohesión social y de denuncia de desestabilizaciones/inestabilidades.

La aportación de Buendía a la comunicación social, el periodismo político, la columna política y los valores nacionales representaron una recuperación del trabajo periodístico como función social y política a favor de los intereses nacionales. La denuncia de Buendía al retomar el desplegado de los obispos del sur se hizo con la intención de revelar que los narcos habían llegado al campo mexicano por la corrupción del poder; los datos posteriores conocidos por investigadores periodísticos enfatizaron en el dato de que Buendía había comenzado a seguir la pista de funcionarios y políticos involucrados en la protección de narcos y que la amenaza de publicación de nombres habría conducido a su asesinato.

A treinta años del asesinato, la investigación se agotó en el entonces director de la Federal de Seguridad, José Antonio Zorrilla Pérez pero lo hicieron aparecer como un autor intelectual solitario, sin indagar en la estructura de poder y de élite política a la que pertenecía Zorrilla: la Secretaría de Gobernación, entonces a cargo de Manuel Bartlett Díaz. La investigación del asesinato de Buendía se estancó en el sexenio de Miguel de la Madrid, a pesar de que tuvo referentes en el secuestro, tortura y asesinato del agente de la DEA estacionado en México, Enrique Camarena Salazar, en febrero de 1985; sólo la presión de los Estados Unidos a través de su embajador John Gavin en el sentido de que policías del área de seguridad nacional eran cómplices de los narcos –lo que Buendía había comenzado a indagar– y estaban involucrados con el cártel occidental de Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca y Rafael Caro Quintero logró la defenestración de Zorrilla –en marzo de 1985 era candidato del PRI a diputado local por el estado de Hidalgo– y su arresto en solitario en junio de 1989.

A pesar del poco reconocimiento a su trabajo, la revaloración del trabajo de Buendía como comunicador social, columnista político y profesor de periodismo ha tardado y se ha ido desdibujando con el tiempo. Sin embargo, quedan los datos de que sus primeras revelaciones mostraron el inicio del ciclo del narcotráfico en México, representaron la primera alerta la corrupción del poder por los narcos y su aportación a la configuración de la columna política moderna en estilo, profundidad y análisis, aunque lamentablemente en las escuelas de periodismo del país hay un olvido o una decisión de no tomar en cuenta el valor del ejemplo de Manuel Buendía como profesional del oficio de denunciar y criticar al poder desde los medios de comunicación escritos.

Buendía fue un periodista de su tiempo, contribuyó a modernizar la profesión periodística que hasta entonces se veía como oficio y dejó un legado que debiera de ser retomado por las escuelas de periodismo como una aportación invaluable al trabajo en los medios escritos.

 

@carlosramirezh


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