El 17 de febrero el Papa Francisco, uno de los pontífices más refrescantes y reformadores de la Iglesia Católica, visitará la ciudad que lleva el apellido de Benito Juárez, el presidente de México que promulgó también reformas de hondo calado, en la Constitución de 1857 que, entre otras cosas, separó con gran acierto los ámbitos de actuación de la Iglesia y el Estado.
Lleva la ciudad el apellido del presidente laico, porque en ese desierto el gobierno itinerante tuvo cobijo, el peregrinar de Benito Juárez tuvo remanso y fortaleza; por desde entonces quedó marcada la consigna de su condición fronteriza: Refugio de la libertad y custodia de la República.
Pero ¿quién es el hombre que visita esta tierra y que ha sido de Ciudad Juárez a la luz de aquella misión histórica? ¿Cuál será la lección de este nuevo peregrino a la tierra que es límite no sólo de Estados Unidos, sino entre dos mundos, entre dos culturas?
Si de renovadores de la Iglesia se trata, en la línea de Juan XXII y Paulo VI, Jorge Mario Bergoglio es tan carismático como el primero y tan profundo como el segundo. He dicho que para mí -devoto mucho más del concilio ecuménico Vaticano II que de la curia romana-, es una síntesis de los dos. Es el primer Papa Jesuita y eso ya dice mucho. El primer pontífice no europeo desde el año 741, entre 1967 y 1970 recibió enseñanzas del teólogo jesuita Juan Carlos Scannone, fundador de la Filosofía de la liberación y de la Teología del pueblo. Eligió Francisco como su nombre pontifical en honor a San Francisco de Asís, mismo que se caracterizó por su entrega a los pobres. Ya desde la juventud y cuando se desempeñó como arzobispo y cardenal se le conoció por su sencillez, humildad y su compromiso con los pobres y con la justicia social. Una vez electo señaló que le gustaría una Iglesia pobre y para los pobres.
Su visita entusiasma porque a casi tres años de que fuera elegido ha cimbrado de raíz la Iglesia católica; desde el inicio se pronunció por una institución que no se centrara en sí misma, que no fuera autorreferencial y que saliera a las periferias no sólo geográficas, sino existenciales.
Su mensaje no se ha quedado en el mero sermón, en abril de 2013 -al mes de su elección- creó el Consejo de Cardenales para dar paso a la reforma de la Curia Romana, dicho grupo tiene también una labor de asesoramiento y entre sus principales objetivos han destacado la reforma económico-administrativa del Vaticano y la creación de la comisión especial para la protección de los menores víctimas de abusos sexuales y tolerancia cero a curas pedófilos.
Francisco ha sido incisivo no sólo al interior de la iglesia, sino al exterior al cuestionar el sistema económico mundial: “La causa principal de la pobreza es un sistema económico que ha hecho que la gente se conduzca por el afán del dinero. Un sistema económico excluyente que desplaza a ancianos y a jóvenes, que aparta a las personas”; “la concentración monopólica de los medios de comunicación social que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideológico”. También ha tenido para las clases poderosas: “A veces nos preguntamos cómo es posible que la injusticia humana persista sin cesar, y que la arrogancia de los poderosos siga degradando a los débiles, relegándolos a los confines más miserables de nuestro mundo”.
Ha hablado también fuerte y claro sobre la política y el medio ambiente en su encíclica Laudato Sí al señalar: “Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos”.
Son estos señalamientos los de un Papa que sale de los esquemas, que ha buscado reencontrarse con sus feligreses y con los ciudadanos del mundo en general, sin importar religiones. En el camino ha abierto la discusión sobre los nuevos modelos de familia, sobre los divorcios y la homosexualidad, al señalar “si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”, lo cual también le ha traído diversas críticas ante las cuales ha argumentado que sólo pone en práctica los principios doctrinales de la Iglesia en materia social.
El Papa llegó a México el pasado viernes, y llegó en tiempos convulsos, donde la pobreza y la violencia permean, por ello no extraña que haya elegido estados en los que estas problemáticas aquejan de manera alarmante. En una Iglesia que se expresa a través de una multiplicidad de símbolos, el del Papa es otro recorrido simbólico de enorme impacto social. Por eso es reconfortante que un personaje como él pise tierras mexicanas con un mensaje de esperanza que llegue a todos, tal como lo ha expresado “deseo ir como misionero de la misericordia y de la paz”, “quiero estar lo más cerca posible con ustedes, pero de modo especial con todos aquellos que sufren, para abrazarlos y decirles que Jesús los quiere mucho, que él siempre está a su lado”.
Concluirá su visita a nuestro país, en Ciudad Juárez, Chihuahua, “La ciudad del fin de la historia” como ha titulado esta semana Newsweek en Español el espléndido reportaje de Ignacio Alvarado Álvarez; un crudo y certero diagnóstico sobre una tierra de “esclavos postmodernos consumidos por la violencia. Uno de los epicentros en donde el modelo de la economía global desmiente la probabilidad de un futuro mejor”.
En efecto, Juárez es un reflejo de la lacerante situación de desigualdad que vive el país y la entidad, y el rostro de mayor fracaso del injusto modelo económico en el que unos cuantos tienen mucho para sí, y la gran mayoría de la población carece de lo necesario.
De acuerdo a la última información disponible de CONEVAL a nivel municipal, el 38% de los juarenses, casi medio millón de paisanos nuestros, se encuentran en pobreza mientras que el 23% son vulnerables por alguna carencia social, es decir, no han logrado satisfacer su necesidad de alimentación, educación, salud, vivienda o seguridad social.
El 17% de los juarenses enfrenta rezago educativo. El 25% de los juarenses no tiene acceso a servicios de salud. El 44% de los juarenses carece de seguridad social. El 19%, casi 250,000 conciudadanos no tiene garantizada su alimentación. Es equivalente al doble de la población de Parral y Balleza, juntos. Juárez ocupa el último lugar en el Índice de Calidad de Vida Municipal comparado con los 20 municipios más poblados del país, de acuerdo a la organización Plan Estratégico de Juárez, A.C.
De acuerdo con información del Observatorio Ciudadano, la tasa de homicidios dolosos en Juárez aún supera en un 34% a la media nacional, y la de robo de vehículos es superior en un 9.5% a la tasa nacional.
Esta es la realidad que se vive en “la mejor frontera de México”, la hija mayor del “Estado grande”, y es una realidad que se replica con mayor o menor intensidad en todo el país y que incluso el Papa Francisco conoce bien, pues es una de las motivaciones que lo llevó a visitar a nuestro país, como él mismo lo expresó, que viene “para recibir lo mejor de ustedes y para rezar con ustedes, para que los problemas de violencia, de corrupción y todo lo que ustedes saben que está sucediendo, se solucione, porque el México de la violencia, el México de la corrupción, el México del tráfico de drogas, el México de los carteles, no es el México que quiere nuestra Madre, y, por supuesto que yo no quiero tapar nada de eso, al contrario, exhortarlos a la lucha de todos los días contra la corrupción, contra el tráfico, contra la guerra, contra la desunión, contra el crimen organizado, contra la trata de personas”.
Al visitar el Papa la fronteriza Ciudad Juárez, el mensaje es rotundo para todos los ámbitos de decisión política y económica, pero particularmente para las autoridades. Su mirada hacia los juarenses entraña no sólo una visión misericordiosa, sino también de justicia, por la importancia de este girón de la Patria, a la que gobernadores y presidentes de la República sólo han volteado a ver cuando la exigencia ha tomado los niveles de la insurgencia cívica o cuando la irrupción social ha amenazado la estabilidad política de todo el país.
La lección es clara, Y esencialmente es para la política: A Ciudad Juárez hay que darle su lugar. Los juarenses no piden privilegios, ni ventajas sobre ninguna otra de las realidades regionales de Chihuahua, simplemente piden que no se les quite lo que les pertenece y que no se les prive de lo que en derecho les corresponde en la redistribución del ingreso, de la justicia que merecen.
Esa justicia no provendrá del actual modelo de desarrollo económico. Ni sólo arreglando el acuerdo político-democrático. Hay que ir al fondo. No puede haber una democracia política sin una democracia social que respete a cada uno de sus nacionales como personas dignas. Sólo se logrará con el esfuerzo serio y efectivo de un movimiento igualitario a todo lo ancho y largo del país. En Chihuahua debiéramos ser la avanzada de ese movimiento que empiece a modificar esta injusta distribución de la riqueza. Lo podemos lograr no halagando a los necesitados y prometiendo cosas no posibles, sólo para ganar su voto; sino con un esfuerzo del día a día de todos; del programa público buscando que sea efectivo y que sus beneficios no sean desviados, que las leyes combatan la discriminación de género, la raza o el desprecio por el indígena, la superioridad del hombre sobre la mujer, la discriminación o la burla por la orientación sexual, la discapacidad física.
No debiera extrañarnos que un sacerdote jesuita convertido en Papa lo pulse desde la distancia que recorre Roma hasta el Río Bravo, es un vínculo espiritual que lo atenaza; lo que debería no sólo extrañarnos sino indignarnos, es que quienes hoy nos gobiernan, sean incapaces de responder de igual manera ante el dolor y la miseria. O lo que es más grave, que pretendan medrar, en uno de los oportunismos más repugnantes, con la visita del Papa a Ciudad Juárez. Vergüenza debería de darles. Por lo demás: ¡Bienvenido Francisco!
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